viernes, 17 de mayo de 2013

Florence Thomas lanza propuesta a hombres y mujeres "¡Vivan la nueva ética del amor!"




Enero 29 de 2002

La psicóloga francesa invita a amar al otro en su diferencia. Premisas.

Por Isabel Peláez Reportera de El País

"El amor fiesta es una utopía que se construye cada mañana, cada atardecer, cada noche, cuando siento la posibilidad de acercarme al otro o a la otra sin posesión".

Llegar a vivir esa clase de amor, nada posesivo ni asfixiante, es la nueva propuesta de la socióloga francesa Florance Thomas, quien el viernes pasado, en el Teatro La Máscara, de Cali, presentó a una multitud de hombres y mujeres las seis premisas de una nueva ética del amor.

Ese día decenas de vallecaucanos salieron del atiborrado recinto deseosos de amar de otra forma y la invitación de Florance se repetía en los comentarios de los asistentes: "¡vivan la nueva ética del amor¡".

Por eso quienes aún creen que amar es asfixiar al otro con posesivas y engañosas promesas como "tú eres yo y yo soy tú" y "te amaré toda la vida" o con patriarcales elogios que no son tal: "me gustas cuando callas" (Neruda), tendrán la posibilidad de salirse del paradigma o por lo menos estudiar los nuevos adverbios del amor y conjugar otros verbos como madurar, tolerar y liberar...

Necesitamos...

El amor, la locura más curativa y civilizadora del mundo, siempre y cuando aprendamos a amar sin promesas, sin juramentos de felicidad eterna, sin engaños. Con el augurio de amar al otro o a la otra libre, sabiendo que no por esto evitaremos el dolor, pero siempre seremos en el amor.

Menos cópula, genitalidad e instinto y más lenguaje, erotismo y escucha del otro u otra.

Menos afán, más calma.

Menos consumo y más satisfacción del otro y de la otra.

Menos verdad absoluta, menos adverbios de un amor totalizante, como el asfixiante: 'yo soy tú y tú eres yo'.

Dejar de pedir al otro que nos ame para siempre.

Menos símbolos de un amor totalizante, del machismo, de la ignorancia y una opción madura desde la tolerancia.

Menos madres desde la confraternidad y más mujeres protagonistas modernas de sus existencias y dueñas de sus cuerpos.

Menos hombres producto de una ideología trasnochada de la virilidad, más paternalización y discursos masculinos de una vida cotidiana. Más compromisos decididos de los hombres para cambiar el poder por una caricia, una fragilidad.

Preguntarnos por una posibilidad de reconstruir los viejos pactos del amor, que se habían construido sobre cimientos de poder que imposibilitan todo diálogo y convivencia.



No hay un otro u otra para mí

El amor de los boleros, de las baladas y de los vallenatos, que extraen sus contenidos de nuestros imaginarios amorosos son simples metáforas que nos ayudan a soportar la realidad que es otra, aun a cuento del enamoramiento, la primera fase del amor.

Ilusiones muy arcaicas toman la delantera y abren la puerta al deseo de colmar el vacío, de calmar ese deseo de fusión y perderse en el otro.

El enamoramiento es la trampa fantástica: "por fin encontré al otro que me va a complementar, me colma de todo, yo soy tú y tú eres yo, amor mío". "Veo el mundo con tus ojos.”

Una mañana ese yo se estrella contra una pared y mientras más se haya creído tales promesas, más duro o más apegado esté a esa etapa, más fuerte va a ser el golpe.



Derecho a la indiferencia

El amor es complejo y diverso, heterosexual y homosexual, explica Florance Thomas.

Repensar el amor es ampliar sus fronteras y abrirlas a otros encuentros que permitan que dos hombres o dos mujeres puedan vivir el deseo amoroso, desde el legítimo deseo a la diferencia, para luego exigir el derecho a la indiferencia.

En Colombia apenas se está buscando el derecho a la diferencia. En los países europeos la consigna es el derecho a la indiferencia, es decir que homosexuales y heterosexuales bailen juntos y no obligar a los primeros a vivir en guetos.

Derrumbar las fuentes de la homofobia. Gays y lesbianas nos incitan a cultivar la voluntad de ir más allá y de actuar sobre nuestro futuro, a partir del cual sería posible reintentar nuevas formas de relaciones consigo mismo y con los otros, rechazando modos de vida impuestos y resistiéndose a la liberación sexual obligada.

Hablar de tolerancia y de diferencia se debe hacer desde la tierna edad y en la cotidianidad.



Cómo amar de otra manera

Las formas de amar que subsisten fueron articuladas por el lenguaje, la historia y la cultura. Hoy en día se ha pasado de la cópula y del instinto, al deseo y al amor, se ha convertido el sexo en sexualidad.

El reto no es hacer el sexo, copular, sino hacer dramáticamente el amor con un otro o una otra desconocido e inaccesible, aunque se llega a creer tramposamente que ese otro u otra se conoce. Para el amor existe una nueva ética.

Entre el demandar amor y su respuesta hay una distancia, un vacío. Demandar amor es pedir algo que el otro u otra no me puede dar. Es confrontarse con el vacío, con la insatisfacción o con una satisfacción que siempre será parcial.

Madurar en el amor es aceptar esa carencia, entender que no existe un otro o una otra que se acopla perfecto a mis demandas y que gracias a este vacío existe el deseo.

Porque siempre falta amor sigo buscando y así vivo y me vuelvo sujeto de la cultura. Si el otro me colmara entraría en un nirvana y me dejaría morir.

Y el origen del amor que podemos dar se encuentra en el amor recibido, pero recibido bien, no de la sobreprotección.

Cuando uno entiende que no hay un otro para mí uno se vuelve capaz de amar. Ningún otro podrá satisfacer mis demandas y el otro espera de mí lo que no le puedo dar. Entenderlo significará que toleramos que el otro o la otra no vaya a ser mío(a) y que siempre subsistirá en su diferencia.



El otro subsiste en su diferencia

El otro siempre va a penetrar el límite de mi libertad.

El enamoramiento no supone un paso cerrado, una fusión asfixiante: "respiro por tu boca", "veo el mundo con tus ojos", es un proceso amoroso casi sicótico y paradójicamente solitario, porque finalmente negamos al otro.

Los protagonistas del amor han cambiado, ya no son Efraín y María. Las mujeres están aprendiendo a hablar y desear desde nuevos lugares y el viejo guión amoroso de la eternidad ya no sirve.

A partir del reconocimiento de la diferencia existencial de sujetos libres y autónomos y del aprender a definir "yo soy yo, tú eres tú" se logrará una nueva manera de amar. Reconociendo que "no tengo para ti lo que esperas de mí" y admitiendo así que la soledad es el meollo de la condición humana.



Ellas y ellos

Las colombianas apenas están aprendiendo que sólo desde una imagen de sí mismas gratificante y menos culpable, el amor se torna en una fuente límpida de goces.

Sólo aprendiendo a enamorarse de la distancia que nos separa hay posibilidad de encuentro. Sólo desde la libertad es posible el amor. Desde su propia palabra del amor y el erotismo las mujeres descubrirán un goce que no se tiene que alimentar del goce masculino.

Mientras no haya mujeres en las mesas de negociación no va a ver nadie que ponga sobre el tapete la vida cotidiana, los problemas domésticos, el amor, el erotismo y esos temas hacen parte de la paz.

La masculinidad no es una esencia, es una ideología, una construcción. Hay que desterrar sueños de hombre como: "La amo a usted dependiente, luego adorable", "Me gustas cuando callas...".

Abandonando los privilegios que les otorgó una cultura patriarcal, dejando de ser amos del saber del mundo, del saber sobre las mujeres y dejando de ser dueños de sus existencias los hombres podrán encontrarse, sin vacilaciones y ambivalencias, con ellos mismos y luego con las mujeres. FLORENCE THOMAS, FEMINISTA COLOMBIANA

"Si no hay democracia en la cama tampoco la habrá en el país"


--------------------------------------------------------------------------------

Por Claudia Karim Quiroga

La designación del 8 de marzo para celebrar el Día Internacional de la Mujer definió la trasformación de la condición de las mujeres en el mundo occidental y se convirtió en la única revolución triunfante del siglo XX en la que no hubo muertos.

Florence Thomas, coordinadora del grupo Mujer y Sociedad y autora de varias publicaciones en torno a la participación de la mujer en diferentes esferas de la sociedad, estuvo esta semana en Cúcuta.    

La sicóloga de la universidad de París, y columnista del diario El Tiempo, ofreció una conferencia en la Cámara de Comercio. A la cita acudió buen número de mujeres, contrastando con los tres hombres que observaban el femenino panorama.
La conquista, que desde 1950 la mujer ganó con el sufragio, es desconocida, a veces, por las jóvenes que no saben que los logros de madres y abuelas no han sido gratuitos.    
“Nada de lo que viven hoy las jóvenes ha sido regalado a sus madres. Es el fruto de luchas, de separaciones y de decisiones”, observó Thomas.
En el pasado, la mujer tuvo que enfrentarse a los maltratos de una cultura patriarcal que no estaba dispuesta a ceder tan fácilmente, agregó sobre la pertinencia de recordar la historia que han vivido las mujeres y con el fin de no repetir los errores.      
Florence denunció que ningún grupo ha sido tan "terriblemente" golpeado y abusado como la mujer, que ocupa el 51 por ciento de la población mundial. Son 5.000 años de historia, en la que el cuerpo femenino fue mutilado y era propiedad exclusiva de los hombres, agregó. 
Las mujeres colombianas trabajan calladas, “como hormiguitas”. Hay algunas que están generando en el país procesos de resistencia pacifica y de construcciones de otras maneras de encontrar diálogos y convivencia.  Sin embargo, todavía tienen en sus manos la responsabilidad de los hijos y de las hijas, en ellas está el país de mañana. 
Criticada por muchos, Florence es sinónimo de convicciones fuertes y de agilidad mental. Es una mujer que, aparentemente, luce fuerte. Incluso, ha sido tildada de agresiva, adjetivo que cambia por el vehemente. Tiene el don de la palabra y la elocuencia, que con el característico dejo francés, llaman la atención. Empezó a trabajar por la mujer desde que llegó al país enamorada de un colombiano. El contraste con la floreciente París de 1960, con las grandes mujeres de la literatura y las artes, los grupos de rock y la cultura que se respiraba en los salones de arte y en los míticos parques parisinos, se despertó en Colombia con mujeres demasiado sumisas.      
Florence disfruta su trabajo, lo mismo que su casa, en la que reposan los objetos que más quiere, las flores, la computadora. La acción de entrar al apartamento, después de la jornada diaria, y encontrarse con ese “pequeño mundo” de cada cuál es un placer que disfruta a cabalidad. No guarda con celo su conocimiento, al contrario, lo ofrece. La misión, si se opta por tomarla o no es decisión de cada cual, y la misión está mucho más allá del sexo; son las enormes ventajas que ofrece la diferencia.

Claudia Karim Quiroga. – ¿Existe alguna especie de reacción por parte de las mujeres a ser perfectas?   

Florence Thomas. – Se han dado cuenta de que nos están pidiendo demasiado. No podemos ser las profesionales, responsables, libres, con ventajas y privilegios ganados, pero con una cantidad de retos frente a las viejas cargas del siglo pasado.   

C.K.Q. – Las mujeres quieren seguir siendo buenas mamás, quieren seguir amando a los hombres, pero no a cualquier precio...           

F.T. – Ellas responden como nadie a lo que deben responder. Son las que cuando empujan la puerta de la casa tienen que llegar a recoger el desorden, encuentran la alberca llena de ropa sucia. Allí empieza una segunda jornada de trabajo. También, hay mujeres que trabajan y que pertenecen a juntas de barrio y son representantes de la comunidad y asisten por las noches a las reuniones. No tienen tiempo de deprimirse, ni de llorar. Son las mujeres que están permitiendo que el país amanezca cada mañana.    

C.K.Q. – ¿Cuál es la fortaleza de la mujer?           

F.T. – Está en el contacto que tiene con la vida cotidiana, con el otro, en la estética de la vida cotidiana, del arreglo de las cosas y de la casa.     

C.K.Q. – ¿Qué piensa sobre la maternidad?           

F.T. – No creo que exista un instinto maternal, si lo hubiera no habría niños en la calle, abandonados, porque el instinto no falla.     

C.K.Q. – ¿Cómo son los hombres?           

F.T. – Son niños grandes que no terminan de crecer nunca. Reitero que no he declarado la guerra a los hombres. Amo a los hombres profundamente. Tengo dos hijos varones y tuve esposo por diez años. No obstante, no podemos dejar este país en manos de los hombres porque lo están haciendo muy mal. Hablan distinto, se toman la palabra y no la sueltan nunca e intentan explicar el mundo, simplemente, porque son hombres.     

C.K.Q. – ¿Cómo es la mujer nortesantandereana?           

F.T. – Es muy berraca para resistir semejante machismo. Deben ser mujeres muy lindas, porque, o si no, se hubieran muerto todas. Pienso que son valientes, echadas para adelante, cuando empujan la puerta de la casa, nadie la vuelve a cerrar. Claro que todavía hay mujeres muy pasivas en relación con el dominio de los hombres. La educación es una clave, porque trasforma, porque cambia todo. 

C.K.Q. – ¿Cómo es Florence Thomas?           

F.T. – Me veo como una mujer vital; pero, también, tengo muchas fragilidades. No soy la mujer fuerte que la gente piensa. Soy una mujer absolutamente corriente. Con dos hijos profesionales que volaron por sí mismos. Adoro mis espacios, mis matas, mis flores, pero también mis libros, mi computadora. Cuando estoy en una conferencia doy todo, e incluso, a veces, digo cosas que no debo decir. Pero me doy. Soy vehemente y apasionada.    

C.K.Q. – ¿Sobre el feminismo?            

F.T. – Uno no nace feminista, se vuelve feminista. Colombia me volvió feminista desde que llegué en la época de los 60 enamorada de un colombiano. Fue un choque cultural encontrar mujeres tan dependientes de los hombres. Luego, en la Universidad Nacional, con cinco amigas nos reunimos y empezamos a trabajar los textos del feminismo internacional para entender su existencia. Así se construyó el grupo Mujer y Sociedad.    

C.K.Q. – ¿Cuál es el gran triunfo de la mujer?           

F.T. – Controlar la reproducción de la sexualidad. Hacer el amor y gozar el amor sin pensar en un embarazo. Así como los hombres piensan en su cuerpo desde hace años. La anticoncepción significó un golpe muy duro para los patriarcas y para los machistas.      


NOS TOCÓ APRENDER A VOLAR
Los nudos del amor
Por: Florence Thomas
El Tiempo (23 de marzo de 2005)

Hablaré nuevamente del amor. Tengo la mala costumbre de volver regularmente a él. Porque, si bien es cierto que hemos cambiado aprendiendo a subvertir las viejas metáforas que nos significaban, el amor sigue siendo para la gran mayoría de nosotras un asunto de primera importancia aun cuando ya no es el único centro de gravedad de nuestras vidas como hace un siglo. Lo difícil ahora es componer, es equilibrar nuevas formas de ser en el mundo, a veces contradictorias pero que definen hoy a las mujeres modernas y urbanas. Y después de dos o tres décadas de aprendizaje de nuevas prácticas de sí, el amor sigue ahí. Un amor que debe confrontarse ahora con nuevas y múltiples aspiraciones duramente ganadas y frente a las cuales no hay retrocesos posibles.
Entonces está el amor, pero está el otro amado que obliga a componer con la diferencia; está el amor, pero está la necesidad de realización personal; está el amor, pero está la vida cotidiana que devora el amor; está el amor, pero está el deseo de autonomía, a menudo mortal para la vida de pareja; está el amor, pero está el deseo de hijos que se interpondrán en el dúo amoroso; está el amor, pero está el ejercicio de la ciudadanía; está el amor, pero está la vida laboral o profesional; está el amor, pero está el inaugural deseo femenino de soledad; está el amor heterosexual, pero surgen otras opciones a la esquina del deseo; está el amor, pero están los inconscientes y las historias de cada cual; está el amor, pero están los otros amores del pasado; está el amor, pero está la fragilidad de lo humano; está el amor, pero están sus viejos imaginarios que siguen actuando; está el amor, pero está el odio, tan cerca...
Definitivamente, el advenimiento de una mujer sujeto social, de una mujer sujeto de derechos y de deseo, generadora de palabra, de cultura, de mundos, nos coloca en el centro de difíciles encrucijadas que lo más a menudo tenemos que resolver solas. Ya no podemos sacrificar todo a nombre del amor, ya no queremos seguir con esta cultura del amor que nos definía hace un siglo; una cultura que era portadora de algunas felicidades y de muchas desgracias cuando las mujeres necesitábamos entonces ser amadas para existir.
Ya no, pero equilibrar nuevos deseos, nuevas posibilidades con antiguas nostalgias, hacer el duelo de viejos imaginarios y concepciones románticas del amor para dar entradas a estas inaugurales maneras de significar nuestras existencias, no es fácil ni puede hacerse en una o dos generaciones, más aun cuando sentimos que los hombres que más amamos no han logrado solidarizarse del todo con nosotras. Y esta solidaridad solo podrá generarse cuando ellos asuman que ese nuevo camino emprendido por las mujeres para redefinirse ellas en el amor, representa una oportunidad para plantearse una nueva pregunta relativa a su masculinidad, ya no desde una conciencia de la pérdida de este lugar privilegiado en la ecuación del amor, sino desde la profunda convicción de participar en la construcción de un nuevo pacto amoroso, más fértil desde la equidad y por esto más humano.
Sí, pero mientras logramos convencerlos, tenemos que ser acróbatas y lanzarnos al vacío, sin red. Nos tocó aprender a volar. Y bien, después de todo, no lo hacemos tan mal y, por lo menos, volamos.
Periodista y escritora barranquillera, actualmente vive en Nueva York. Sus artículos han aparecido en The New York Times, Time, Newsweek, The New Republic, The Miami Herald y The Paris Review entre otros. En 1996 fue elegida por Gabriel García Márquez para participar en uno de sus talleres de redacción. Trabajó en Nicaragua donde cubrió en 1990 la derrota de los sandinistas y luego se trasladó a Nueva York. Allí se empezó a interesar en el tema del Sida, particularmente en el contagio entre la población femenina. En 1997 ganó el premio Paul Taylor-Dorothea Lange del Center for Documentary Studies por su trabajo periodístico en Cuba. También fue seleccionada por la revista Time y por la cadena CNN como una de las voces latinoamericanas del nuevo milenio. Fue nominada al premio Pen por una obra de no ficción con su libro "En la tierra de Dios y del hombre".