martes, 31 de mayo de 2011

Last flowers-radiohead

Melanie fiona

Radiohead Videotape - In Rainbows - Live from the basement

Gustavo Cerati - Cosas Imposibles

Gustavo Cerati - RAPTO

LOBA ANCESTRAL

LOBA ANCESTRAL
FIN DE SIGLO

Me visto para el fin del mundo. No sé si toda esta sensación es real o es otro síntoma de ese tedio que afecta los domingos en la tarde. En domingo la gente se deprime porque tiene que prepararse para comenzar otra semana de trabajo rutinario. Se impregnan las calles con un aroma de aburrimiento que me angustia. Mientras la mayoría duerme, yo intento abolir mi propio aburrimiento, y ya no sé si me aburro de burra o de tanto querer no aburrirme me aburro. Me siento en una cómoda y antigua silla de descanso, trato de pensar en algo productivo y se me atraviesan infames deseos que me perturban aún más. Y de pronto me veo reflexionando acerca de todo aquello que no me gusta hacer y que termino siempre haciendo. Por ejemplo, no me gusta leer poesía en recintos pulcros y socialmente bien considerados, prefiero el bar de mala muerte o el clandestino infectado de borrachos filósofos. Me interesa el encuentro a medianoche con algún poeta cualquiera, ebrio y mal encarado. Me divierte soltarle la corbata a las ceremonias protocolares y lanzar una canita al aire. Este domingo de fin de mundo, me grita… ¡AHORA!
A esta hora las contradicciones se visten de niña bonita y enamoran mis sentidos. Un sobresalto de emociones me acercan al peligro real, un vértigo que obstruye mi paciencia. Definitivamente tengo una resaca tonta, como si la fiesta hubiese sido demasiado aburrida y no tan entretenida como me la dibujaron al nacer. Ya no hay dudas, se siente en el aire la paranoia de que el mundo se acaba con el lunes, y va ha acabar muy mal. La banalidad nos deprime, una combinación explosiva se acerca cabalgando desde el fondo de las almas. Estamos tan ecológicos, sin embargo, seguimos fumando, cazando animales sin piedad y cortando árboles nativos sin compasión.
Siento como si los años que llevo vividos fueran el doble de lo que dice mi certificado de nacimiento. Quizá he vivido varios siglos y aún sigo acá soportando el tedio dominguero. Intentando curarme de una enfermedad que no comprendo y que tiene infinita secuencia de síntomas. Me parece que han aumentado estas enfermedades invisibles que matan despacio y que no pueden ni quieren ser tratadas con ningún medicamento. Pero los benditos matasanos insisten en ponerles nombres, neurosis, depresión, anorexia, etc. Que gran negocio para las farmacias que llenan sus arcas con el sufrimiento de los pobres mortales ansiosos y aniquilados emocionalmente.
Mientras alguien se suicida, en algún lugar del mundo, yo me visto para el fin del mundo que se aproxima. Me pongo el traje más obsesivamente tecnológico que encuentro, sin embargo, persiste esta idea extrema de querer sobrevivir en contra sociedad, enarbolando como armas de guerra, un lápiz y un papel.









martes, 24 de mayo de 2011

DESMATRIADA



Pensé, siempre lo pensé, que al nacer había cortado el cordón umbilical pero aquí estoy recogiendo los trozos sangrantes del corte brutal que me aparto del vientre, un vientre que me alimento quizás sin ganas y sin tiempo para amarme demasiado, pero que en cierta forma me dio la vida lacerante que me toco vivir. Languidezco al pensar que puede morir parte de mi historia y me veo retratada en los ojos suplicantes de mi origen, un origen que negué por tanto tiempo y que hoy resucita como un nuevo designio de que soy parte de ella, la mujer que descansa en otra parte y que sólo hoy cuando se presiente un adiós diviso tan próxima. Algo me sangra en el vientre, y sólo quisiera tener la fuerza para yo parirla, para cuidarla y darle la fuerza que necesita esa a la que nunca abrase, y que ahora yace inquieta como recién nacida entre los brazos de mi corazón.
Aún la palabra madre no pude brotar de mi boca y me asfixia un te quiero que por ahora esta pendiente y que si las trampas del destino pueden dejar así para siempre. Estoy preñada de mi propia madre, dándole mi último grito de parto, quizás la regrese la traiga nuevamente a mí y así pueda volver a tener mamá, mamá para que me maldiga con infinito amor, quiero escuchar su voz de mujer roble sosteniendo los pedestales de mi inquieta procedencia, quiero que crezca mi cordón y la alcance porque aún no es su tiempo para viajar al otro lado, yo estoy demasiado pequeña aún para aprender a caminar de nuevo.
No quiero ser más la desmatriada loba, quizás la vida me otorgue la oportunidad de volver a ser feto para mirar con mejores ojos la vida y abrazar la piel de quien decidió hacerme así como soy, tan errante y vagabunda pero con el corazón grande para amar al mundo entero, con las ganas de cambiar lo incambiable, y lo mejor me nació poeta, poeta de la mejor manera, no quiero perder la mirada de sus ojos, la dureza de sus manos curtidas por el esfuerzo.
Pero aquí estoy pensando que puede partir dejándome destrozada. Yo no puedo decir que lo haga a propósito, sería el colmo de su rabia que sólo hoy entiendo y asumo como propia. Pero se que el vació se hará más inmenso sin ella. No quiero aceptar que el destino me arranque así de golpe el mas sublime de los afectos, a la mujer que tiene mis mismos ojos y que no miro tan distinto a como yo siempre elegí mirar.
No haré un drama, pues el drama no volverá a existir si hoy la poesía se vuelve bálsamo de resurrección y escribo el mejor verso para ella, sólo para ella, en un dialogo casi imperceptible para los otros, un dialogo que va de vientre a vientre de mujer a mujer, en la lucha de ser demasiado distintas como para mirarnos con cariño. Sin embargo el amor muchas veces no es necesario predicarlo por los cuatro vientos, basta un pequeño roce o un simple regaño que se hace necesaria en esta hora.
Como luchas por regresar a ver si he seguido tus instrucciones y estar pendiente de cada uno de mis pasos sólo para decirme que siempre has tenido razón, soy la peor de las hijas pero entiendes que te amo, y ya no es necesario decirnos más.
Me naciste del vientre a la calle, porque era necesario, sólo tú siempre supiste que yo era especial que era la niñita de los versos de la traviesa mirada y que aunque nunca tuve riquezas que entregarte te di el orgullo de cumplir mi misión, escribir como una enajenada, por sobre la necesidad de llorar que hoy dejo pendiente porque así tú me lo exiges. No es ya necesario entender porque nunca nos dijimos lo mucho que nos amábamos, ahora es tiempo de mirarnos en el silencio que sólo otorga el dolor, el dolor que yo te ayudo a soportar con gusto y con mucho orgullo.
Ahora te escribo desde la distancia que da sentir que quizás mañana no podré volver a mirarme en tus ojos tristes de tanta pena. Yo se que no era fácil tener un hijo sin querer pero tu lo hiciste con la fuerza que te dio enfrentar callada el dolor de la humillación. Siempre en un rincón esperando alguna mano amiga como una loba esteparia de las más grades. Si, eres enorme y yo demasiado pequeña para heredar tu grandeza, quizás algún día pueda alcanzar la mayoría de edad y entonces te tomaré la mano cansada para hacerte saber que tuviste una loba digna de tu linaje.

En altavoz para Huidobro

En altavoz para Huidobro,

Los verso, definitivamente, no sirven para abrir ninguna puerta, Vicente. Es cierto, ya se han caído muchas hojas y otras tantas han pasado volando. Por muchos que mis ojos han mirado el mundo, no he podido recrearlo, y mi alma de oyente permanece incrédula a tus irrealidades.
¿Cuántos mundos inventaste, poeta rebelde? ¿Dónde escondiste las cartas secretas de la caja de tu cráneo?, ¿En el cuello de que cisne se durmió tu muerte?, ¿Cuándo cerraste los ojos, te tragase la vida?
En cierta forma, estabas bastante loco (condición de todo poeta verdadero); sin embargo, debo reconocer que lograste doblegar los adjetivos y te dieron vida… dime, entonces, ¿Qué te mato, Vicente?, ¿Algún insecto celeste o una nube de palabras que al roce de tu lengua se transformaron en pedazos de madera y bocanadas de sangre?
Te cuento, estamos en el ciclo de los músculos y los nervios cuelgan lánguidos en el museo de las existencias. La cabeza no tiene vigor y los poetas venden versos en el mercado de las vanidades. Algunos intrusos han descubierto donde viven las cosas bajo el sol, y ya no son nuestras. Tu pequeño Dios, Vicente, se ha trasformado en un demonio cansado.
Lamentablemente, los pájaros vuelan hacia cualquier parte y abandonan aprisa el nido. Querido marinero, debo decirte, que antes de partir se te olvido desatar los nudos de tus horizontes cortados. Ha transcurrido mucho tiempo por los pies de tu tumba y los siglos se acomodan bajo tu cabeza como crías de pecho para mamarte los sesos. Siglos, son demasiados siglos. Es tiempo de que me digas ¿descubriste tu origen?, ¿Supiste que alturas te procrearon? Tú dices que andas por la historia, dialogando con la muerte, dices tanto, y nada dices. Sólo empujas los sentidos hacia lo invisible, lo supracreado. Un Adán sin manzana y una Eva sin pecado en tu jardín invertido.
No estas, te escapaste convencido que la poesía nunca podría dejarte. Hoy, algunos descongelan tus pájaros de nieve y proclaman que tú, no creaste ningún río. Tu juego fue peligroso. La bestia inconsciente te trituró los sentidos y volaste hacia el sinfín enardecido. Pese a todo, felicitaciones, lograste crear imágenes pictóricas que hoy se dibujan lentas en el círculo pequeño y limitado de tus discípulos. Tengo la impresión que una Parra reventó sus uvas anti-todo, sobre tus versos pulcros y eruditos. La poesía, Vicentillo, se te escapo de los salones, la vistieron de niña alegre y la dejaron volar más allá de tu pluma de oro.
Ya ves, los niños en mi mundo si tienen alas y nunca olvidan el nombre de sus madres. Dime, ¿Quién gano la batalla, tú o la “viejita encantadora?” Convéncete no fue tuya la nueva era. La poesía insiste en despeinarse n el viento huracanado de lo real, siempre regresa a sus orígenes de música silabaría. A ella nadie le enseña nada, ella adopta la forma que mejor le parece y acomoda. Lo sabemos. Esta cansada, de tanto pequeño Dios, besando sus talones.
Tuya fue la sentencia: “Cuando hayas tocado lo que nadie puede tocar más que el árbol te gustara callar” La acepto… sin reproches.

Loba Crepuscular

Loba Crepuscular


En tiempos primitivos no tuve que enseñar el paradigma hipnotizador de mi origen. Ese, que a veces me abandona y sin más preámbulo degenera en mi calaña aulladora. Antes, el índigo me inundaba de más luces y ahora entiendo, que sólo era un esbozo del nuevo azul que es sólo mío y tuyo, si lo antojas. Hacia lo alto del montículo, enganchan mis deseos empantanados de trasnoches en la feroz despedida de la que siempre fui. Aunque insistes, loba madre, en decirme que la noche no me abraza, ella está esculpida en la punta de mi lápiz que sin saberlo escribe. Ya no importan las calles recopiladas bajo mis pasos, despliego un centenar de formas nocturnas ocultas sobre el sol. Puedo ser el alfil que ignora su destino, aunque sé bien que en esa irreconocible existencia, hoy me encuentro con la loba nocherniega que me inunda de crepúsculos, a la vuelta de cualquier esquina. Si pudiera darte mi clave, sabrías que no existe, pero aún así, me asolan sobre los ojos imágenes que ninguna otra criatura puede ver, ni verá. Sé que la memoria es frágil, aún así, siempre recordaré cuando desplazaba mis patas afiebradas por el cemento inerme. Sigo mis huellas y dejo caer suave sobre la piel de transparencia inusitada un lastimoso aullido que trasciende en el infinitud de las sombras.

Soy la lluvia que moja el árbol prohibido. Conmigo, el fruto nunca madura

Insisto,

Me niego a dejar de insistir. Sucumbo, hoja de metal.
Reaparezco, se aumentan los arcángeles. Los santos, aquí, aún en pañales. Matriz de laringe.

Un segmento con una lámpara gradual, donde el ave de rapiña exhorta, las estampas del linaje en la cerca de la no presencia. Hay, una plaga púrpura en cada elemento, y yo, soy ese cortafuego.

Intimó con un suspiro en mi pezón. Un artificio, un engaño. El solsticio de invierno, cuando ya no seducimos el verano. Se mata, residiré comprendiéndome. Es mi género de conciliar.

Suspenderé, la misa nativa de la gracia. Mientras anochece sobre mis pensamientos, la luna ampara ese caer al despeñadero, entre la frondosidad de otro versículo donde aparece la clemencia y la conmemoración, la naciente sabiduría de mi sobrenombre, la molesta paz de mi habitación.

La manada, me acecha
La mancomunidad me reclama, cuando aún mi cadáver, garabatea.

Un gruñido se escapa de mis huesos, desahogando la tumba en que resido. ¿Qué ,zonas, aún no me conozco? Y seré en ningún tiempo, como viajera sin equipaje.

Cuando la expresión se perfeccione, conocerán los desvaríos mortales de la otra que nació alada.

Sin ninguna atadura visible que evidencie el ensueño. El día, y éste firmamento. Y aquél y aquella y aquellos y ninguno

Y la pasión del torrente que me ahoga.

Sobrelleva el entusiasmo relativo en reverso del acero. Luego, un estacazo. Luego, el torrente.

Luego, los océanos luego. Luego, después a media oscuridad

Esa advertencia, inocente, de mi perdurable virgen.

Enajenado monte de alabanzas. He inhalado la congoja, camino hacia ninguna parte

Luego, otro episodio, un compromiso.

Corazón de loba

Alaben a mi loba. Acérquense,, incrédulos a ese aro en que la vidente como un ave rapaz, predice mi parto, predice el maleficio, el pecado y la casta, que se desangra sobre la lluviak, lavando el núcleo llagado, vulnerando la pértiga en mi costilla. Un discreto suspiro abrirá la portezuela, trazando un destino inacabado. El atalaya. Corazón lobo, dice potestad, dice capitulación. He examinado mi retrato en la pestaña escarlata del sol. He visto mi entidad alba en la muralla, cuando resplandecía y lucía como una trémula nomeolvides. Circulaba el cauce en el reverso de mi estirpe, a manera de óleo sobre mi imagen, renacían los ancestros. Loba, loba, te amo. Te absuelvo porque te he erigido insalubre, como la maldad. Me consagro a preservarte en nombre de todas mis hermanas. Dime, oráculo, ¿adviertes mis prolongaciones, mi púrpura marisma membrana de carnicera indigna y el desafecto de mi pestaña pastosa?

Ensálzame, soy irreparable y frecuento al librepensador. No hay éxodo que finiquite el rugir de mi sangre. Las víboras no han conseguido obstruir la trampa que agrieta el sempiterno afluente. Expresó el indeleble légamo. Enjuagó mis favores escarlatas. Abandonó las lisonjas en el módulo obsceno, ese que nos inquietaba cuando nos abarcaba el trifolio impávido, trifolio y serenidad, trifolio malversado instante nunca

Indivisible tenebrosidad.

Este amanecer es la maldición.
Cualquiera habita matando y notamos que son indivisibles.
Eres por siempre
Mi diosa loba, madre de mi madre. Hija de mi espíritu santo

Un ajedrez con el infinito

Agitan blancas piezas los vasallos del juego: me saco el grillete, voy de pasillo en pasillo, la cándida ya no se desarrollará, atalaya conquista al emperador indefenso, una migaja se depura y es gracia inmemorial en los pelajes. Regresamos sobre el mutismo de las bocas. Un grácil pájaro ha hilvanado su risita sobre el aire. Tiemblan, oscurecidos alfiles. El ebrio hedor, se asocia al cuchillo degolladero y a la encéfala herencia. ¿Qué, es? Una contemplación entre el conflicto, un olfato que la revolución mar adentro crea, cuando el apetito asciende. Astucia y subsistencia; el brote, presiona sus aguijones en la faringe de esta amanecida. Se estremecen limpias mis manos: lo naciente en la concavidad de mi calavera. ¿Gozas, sabedor del cántico helénico? Se desprende de su musculatura, Vicente, para digerir. Un caballo respinga su despótico envés. Conquisto oscurecidos recuerdos: una pieza desde la raíz de la confusión; lleva antifaz. La loba adivina, bajo los nublados. Hay, todopoderosos percibiendo. La loba espera en entretelas, indivisible, sobre el púlpito descomulgado.

En el último casillero, ha subsistido sólo un alma... Jaque mate.

Me perturba la mirada limpia de Judas

En fragmentos he desfallecido sobre la escama de piedra caliza clara y oscurecida, bajo los arcos de triunfo. Una fresca brisa bajo las extremidades hace temblar mi esqueleto el precipicio. Son tiempos de corceles azabaches. Abolengo en los antepechos, y en mi vestidura, sólo la noche. La canción reúne a las hermanas, mi fundamento se perfecciona, menesteroso. Es tan anémico, lleva un ciclo de sol en el tobillo. Abandona el rastro susurro y deja la sangre colgando de los colmillos en señal de triunfo.

Aullido.

El jadeo protesta. Un animal de presa se pernocta en el tragaluz pequeño de mis ojos y vislumbra íntimamente mi sollozo, la próxima víctima, la morada de la muerte se precipita. No hay Edén. Conmueven, los cándidos vagidos de las sacrificadas. Sobre el muro Narciso, fundida en lo andado, instituida, poderosa. Como se aborrecen estos argumentos que dignifican el crimen.

El mandato

A mi loba, más tarde

En verdad ella ha dejado de aullar, profesa que jamás ha caminado en cuatro patas. Juzga, que en ningún tiempo se ha quejado y que los astutos ocuparon su puerto, pero ella escudriña un hedor a sal profetizada, se acaricia los pezones, afila los colmillos, se eclipsa por el desfiladero, trata de fragmentar esa zona de redención sobrecargada de pecados. ¿Cómo, no pecar de ignorancia en este insuperable instante en que se delibera alevoso, tener olfato de loba, tal vez delinear el envés de esta hembra brutal con vuelos de galimatías, a lanceta, con el mismo bisturí? Su arte inflexible se paraliza en una comunión con la caricia imparcial. No retiembla, debe excitar el aullido que la aturde de tan imprevisto, pero la gracia de la inmensidad se le viene de las fauces. Ya, apesta a masa de agua su pelaje taciturno. Ya, los extremos. Duda, que no exista aullando; que escriba, pretendiendo hacerlo de día; eso yacería impropio en el semblante de los incrédulos. Por el lucero pequeño irrumpe la novísima puesta de sol en mendrugos, pero la loba inmortal esperanza su reinado, el reinado de serpentina, donde una vestidura limpia, cubrirá las figuras disgregadas por la noche. Sus prerrogativas le juzgan extraña, palpan a la mujer proverbio, la reclaman borrasca, no interpelan su generoso llamado.

Descifra que poco le seduce. Todo es negación y es carencia. Cree que no hay venida, que no puede separar los tiempos y subsistir en el prototipo de los ensueños, con aquella nueva mujer, irascible y clandestina que tantas veces ha tenido en su sexo.

Otro profeta anuncia su canto vehemente y entonces ella gime y le ofrece los hijos lóbregos que inventaba al borde del precipicio, rompe el pacto de silencio, y escribe los primeros acordes de un arcoiris sobre las estrellas los cuerpos mutilados por ella, están allí. Ella no pregonará arrepentimientos. La loba lo sabe y tiene miedo. Bebe, el último trago de sangre, piensa en la pared de su cuarto propio. Piensa, en la palabra que ella está susurrando por vez primera, la que siempre escribía por inercia, casi sin querer.

He cerrado los ojos para concederle un deseo a la loba de noche

Una noctámbula sombra se acerca a la ventana. La luna ha entrado fiera y profana la quietud del misterio que habita la imagen, que tuve y perdí.

Hay noches, en que el viento derriba mis prejuicios. Regresa la indomable, la indolente, la trémula, la indecente, la profana. Entonces las palabras se dejan caer sobre mi inconsciente y escribo entre el viento en la dimensión más oscura. Es el tiempo de convocar al brindis.

Y luego, la quimera de la innoble y el lápiz cuchillo certero asesinando las historias.

Ceder al impulso se hace necesario. Sobre la mesa, me dejarán las sombras papel blanco, tinta y un destino sin destino que es el de todos los que escriben. Frente a mí una mirada de loba triste acongoja el corazón de la nostalgia en está medianoche que trae de regreso la plácida estación del olvido. Aún, sigo respirando, el verbo del origen. Me reconozco. Soy, la loba.

Y soy, el desconsuelo, en esta noche larga.

Loba madre, permite, que se demore en llegar el amanecer.

Convoco, a la manada, en nombre del pacto.

Una densa calma atraviesa la mirada de mi alma felina. Escapo por la ventana y le digo que sí al instinto. No seré esta noche, ni ángel, ni demonio, ni la clave que todos buscan. Dejaré correr las palabras por la sangre de los elegidos. En los vientres, estériles sembraré semillas astrales y brotarán azules criaturas que perpetuarán la especie. Y vendrán, a poblar las sombras, pequeñas lobas de hablar pausado. Hijas del verbo.

Y, entonces, el silencio, recuperará su voz.

La especie, el origen.

Convócame noche de mi noche.

Escribir, después de todo, es sobrevivir a toda costa. Abrazados, al peor de los infiernos y escribir de la dicha dichosa. Hoy, el sol, eclipsa la luna de mi ayer y se alza el amanecer irremediable. Miro, la lapicera, en cuatro patas sobre el papel. Ella, es testigo, de toda la sombra que bebí, en nombre del verso.

Esta es una noche profusa, incandescente como la pasión.

Caminaré despacio entre penumbras, reconociéndome entre el sudor del rocío. Luego, la ceremonia de iniciación y la entrega total a la loba que me espera.

Un canto de trino lejano estremece la quietud del bosque, mientras vuelvo a nacer, entre la placenta húmeda del parto involuntario. Se concreta la razón y el principio de mi ser y estar.

Todo no puede ser una impertérrita mentira

Enmudece.

La lluvia

Dentro de mí, reposa herida mi loba. Ella, dijo la primera palabra y fue partera iluminada del verbo, renacieron promesas entre las cenizas de sus muertos. Vuelven los recuerdos con los sentidos desgarrados. Vuelve el aullido. Cada vez, más fuerte.

La noche no tiene piedad con sus hijos pérfidos y soy esclava de mis instintos, los pórticos de mi lengua se abrirán de par en par. Cruces de oro sobre la desigualdad y un hábito como paramento. Nada disminuye el duelo, pronuncio un rezo imperceptible.

Y son sólo lágrimas

Sólo lágrimas. Sólo la pérdida y el desamparo. El cuarto lóbrego, la perfección del miedo. Vigilar al acecho como animal herido y entonces el aullido como siempre.

El fragmento.

Abro la mano. Sólo para desalojarme de escrúpulos y acariciar el precipicio de mi ser. La mano se abre a esos signos y amanece sobre mi locura. Repatríame, antes de que todo sea renacimiento y cuelguen las migajas de mi loba ascendencia.

Todo se vuelve incierto cuando duermo.

Consagración y obediencia.

Alzo la copa contra el sol. Mi corazón se funde y no lo reconozco. Desfila la noche como meretriz en celo sobre mi cuerpo, una y otra vez. Una sensual inspiración se desliza por mis piernas, vientre adentro. Giro la copa, y bebo sólo por el placer de reencontrarme. Gimo, descontrolada, mientras el caos se contrae y todo el ciclo se renueva.

Hoy no tengo prisa, me inquieta la quietud de mi océano y ya se aproxima el instante de emprender el viaje hacia el profundo despertar de mi linaje. Las horas sepulcrales se aproximan a mi barca. Me inquiero en el abecedario no descifrado, en la señal que no fue, en la prolongación de mi otra vida que retorna.

Me llamo, aferrada a mi reflejo.

Percibo, lejos, un gemido en el vientre.

Esterilidad

Me cubre la tinta ancestral y no es la certeza rescatada del caos. Es, la melodiosa canción que traje, desde la noche de ayer. La palabra imagen y el diccionario indómito que salve, navegándome en noches eternas. Sumergida en el roció indómito de mi aliento. Un vestigio de mi reflejo yace vagabundo, atrapado en el mismo espejo que me quebró la nostalgia. Y enciendo hogueras a la diosa madre que me acoge. Vuelvo al bosque patria de mi cimiente y descanso sobre el montículo de noche despoblada que un día me vió nacer.

Existo en la noche con su negrura de abismo sin fin. Me adormece la multitud del amanecer con el alma en aborto perpetuo.

Las iglesias me bautizaran en la pila clandestina. Y vendrán a proclamar mi venida las sombras que cubrirán el destino de los caminos. Se abrirán las puertas hacia el infinito y volveré, como siempre, a reír sobre el ombligo del mundo.

Después, dejaré caer mi hocico, sobre el pasillo húmedo de la figuración. En comunión con la tarde que se acerca, volverá a brillar en mis ojos la señal de mi loba. Convertiré la luna en selva virgen, perfilando la sinuosa figura de mi reflejo. Un destello rojo sobre las miradas. Un descanso, para la guerrera que soy.

Al acecho.

Describo el acecho como signo evidente de mi animalidad. Deletreo mi nombre sobre el muro blanco de la vida oblicua. La noche me avisa que la cacería ha comenzado. Las trompetas anuncian que debo correr por la planicie de mis pesadillas. La batalla recién comienza, y el sueño se extiende en el espejo que me mira. Nada es lo que era, y todo apenas es una parte de un principio, aún no nacido.

El cazador no vacila. Vacila la presa, y se despide. Abre tus brazos para mi cuchillo: te daré el sueño, no el olvido.

Percibo el susurro de mi loba en el hálito del puñal, en el aro de la tregua herida. La senda de este rondar la calle hace florecer los gritos. Una loba macho me mira monte abajo, mientras el volcán eterno de mi existencia atrapa la víctima anunciada. Tengo un fuego extraño en la mirada. Aún tengo hambre.

Los aullidos atraviesan la quietud del bosque.

Me atraviesa los sentidos el olor a sangre.

Y me lanzo bosque adentro en busca del trofeo prometido.

Escribo un epitafio sobre mi sombra y adivino el eterno retorno que me persigue. Un cúmulo de cicatrices agrieta mi piel curtida de noche. Noches, en que me he desgarrado el alma en mil tormentos. Allí, siguen las heridas abiertas como testigos de la batalla, la batalla que nunca termina. Y entonces, todo vuelve a florecer en gloriosos instantes de placer, donde dibujo el encuentro con la vida que perdí. El otro lado del reflejo. La palabra que se hizo inmortal. He renacido entre las antiguas cicatrices. A veces, se me da por pensar y creer que sólo fui, un sueño pasajero, pero este aullido atrapado en la garganta, me recuerda la loba que me habito. Hoy miro desde el balcón de la esperanza el desconsuelo de la victoriosa entrega. Todo por un verso y ganarle la batalla a este odioso juego con el infinito.

La loba vive.

Canta, sufrida; esperándome en alguna esquina del ensueño. Yace cansada en algún pálpito de memoria. Espera ser nacida, renacida, como siempre en el altar de las pesadillas.

Encuentro el rastro hacia el confín de mi alma. Una demoníaca lujuria descansa sobre mis hombros y aún así regreso a dibujar sueños, sin forma, sólo por soñar, sólo por crear. Aulló burla.

El torso desnudo con los pechos libres y un dolor sin consuelo colgando de mi herida abierta.

Hoy dejaré que la pasión traicione a la razón.

La brisa de la mañana me despierta desnuda sobre la imagen que perdí, una noche de tantas. Un lecho cansado de esperar, dibuja el contorno de mi cuerpo a la distancia, como perdido entre lunas, junto al viento.

Espíritu Ancestral

Déjame caminar la calle despierta. Que el azul cielo ilumine mi pensamiento. Alma de mi alma. Bruta bestia de mis ruegos, deja que ascienda hacia la tierra.

El árbol verde, verde que te quiero verde, me espera florecido. Una estatua me sonríe traviesa en este día que me aplaca. Lejos aúllan las sombras proclamando mi destierro. Sé que mi loba herida, descansa y llora sin mí. Desvalida, lame sus heridas y se abandona al sueño, mientras espera mi llamado, mi posesión, mi creencia. En honor a ella entono un gemido callado que deja pendiente el pacto de sangre. Cae la noche y duermo junto a mi espíritu. Los pantanos de la muerte, permanecen sollozantes, callados, infértiles. Mientras yo caigo sobre el día que me aniquila lento. Me duele la loba en el vientre. Añoro el parto doloroso, el hijo sangrante y la muerte lenta, ebria sin mañana. Mis dedos recorren esta inmensidad sin estrellas y sólo el dolor atrapa mis caricias. Estoy que me existo.

Sin el aroma de las sombras mi verso no despierta vigoroso. Un verbo inofensivo y programado se adueña de mi inspiración. Se me escapa el fermento amargo de la divina ensoñación que fue sólo mía. Tuve las llaves de la eternidad. Pero me acalló el miedo. Loba, mi reina loba, aún aóllo a media tarde, en secreto, como pecando.

Hablo con mi espejo. Y el reflejo me sonríe. Sólo poesía.

Ángel caído

A la luz de una vela elíptica la madrugada se enciende. Dos cirios benditos. Vino oscuro, otra vez el brindis. La noche sigue fría. A través del sueño me cantan las pesadillas compañeras de creación. Sin querer me tomo un café, largo... largo, y escribo para no morirme tanto, para tanto no morirme. Aúllo.

Esta música ya no me pertenece. Esta voz me vino casi por supervivencia. Esta voz no es la mía. Las palabras no tienen sabor, ni color, ni vida. Sólo aparento el rito y me quedo con hambre, como animal sin presa. Encontré el camino y perdí el destino. No hay retorno, dice mi loba.

Mi piel se encabrita en esta distancia. Duele tener los huesos afuera y la piel adentro. Ya no sangra el verbo de mi verbo.

Te pienso, loba, como la mano que me ayudó a sostener la noche. Sé que eres tan nocturna como un crepúsculo de hora incierta, y aunque sonríe desafiando al sol, el búho que te habita sólo puede elevar vuelo al anochecer. No existe sabiduría sin crepúsculo.

¿Dónde peregrinarán las lobas sin noche?

Yo también busco un refugio, un abrazo. El crepuscular pelaje perdido.

Tengo sed.

El éxodo ha comenzado.

Soy, en este cuarto propio, voz y silencio. Voz que es alarido

Y el alma se vuelve misterio. El bosque renace como único hogar reconocido. Afuera no tengo patria y me duele la vida. La furia se desboca, voy viva muriéndome, es asunto de honor esta batalla y me envuelve la hoguera del pecado. Juegan conmigo los rostros inversos de mis congéneres, y aunque me mientan sus sonrisas, yo sé que por dentro las lobas hermanas, me lloran.

Y fue un adiós repentino. Me salvé de golpe.

Traición es la palabra que define la acción.

Creo en lo profético de mi palabra noche. En el caos perfecto de la subconsciencia. En el ir y venir con la razón despierta. Soy un animal herido que gemirá por los siglos de los siglos.

Y me haré un altar secreto, un oásis noctámbulo para calmar mi sed.

Inocente renazco del crimen.

Soy esclava de este sino glorioso. Un séquito de fantasmas me hace esclava del silencio y la perturbación.

Es mi reflejo repetido que trasciende la dimensión oblicua de mi ojo palomero.

Es otro bosque. Y hasta el aullido nace peregrino.

Escritos polvorientos deliberan el futuro de la manada que me sigue. Las lobas están despertando. Yo pienso en la libertad y me quedo mansa entre los brazos de la niña que murió en el parto.

Reclinada sobre el tálamo impasible respiro con mis comprensiones e invento tramas con las evocaciones de mi loba agreste.

La que no tiene pelos en la lengua. Oscurecida y atolondrada. Fuego en carne viva. Una daga recta me despierta impedida de marchar contra el destino.

Enardece éste pecho prisionero, entre imaginaciones aladas que atraviesan mi razón fosilizada. Me antoja volver a la serena ronda de mi niña. Resuelvo que las murallas vuelvan a tener alas.

La cazadora renacida de mi sangre intuye la otra historia que camina a tientas por el margen. Mi muñeca suicida reconstruye el pacto no cumplido. Afuera de mi llanto la ciudad se llueve de parábolas a medio terminar. En el nombre del Padre, como si fuera hombre el origen del verbo. Un silencio perturbador me atraviesa la espalda. Muero renacida.

He visto el rostro de la noche. Sucumbí al embrujo del reflejo narciso. Alábenme hijas del destierro. Lobas de día con piel de noche. Ha llegado la hora de reagrupar la manada sobre el caos y el olvido. Traigan la memoria en sus aullidos.

He escuchado la risa del infortunio. He visto ídolos de barro hacerse polvo entre mis fauces. He visto mi reflejo sobre la luna. He visto la ciudad de la diosa. He sido profeta sobre colinas blancas y colinas negras.

He visitado el reino de la inmortalidad. He dicho que mi muerte es mi único consuelo. Mátenme, he dicho, y no me han obedecido.

Ahora espero el juicio final, entre el tumulto del mundo. Sólo aullarán por mí, las sombras como testigos insignes de mis desvaríos.

Ultima estación. El infinito. El Ser a medio Ser. El poema a medio parir.

Algún día extraño, un designio inquisidor, tocará a mi puerta. No podré evitar que la poesía me cobre la deuda. Nacerán versos como mala hierba.

Será la hora de regresar al tabernáculo y poner rumbo sobre el líquido elemento del pecado. Después de todo, la filosofía no resiste la mirada del indestructible principio. Soy inmortal.

No puedo abandonar esta piel. Desoír el aullido milenario de la manada que me llama. Me atrapa el nauseabundo rastro de mi propio linaje. La ebria amanecida de mi hembra en celo. No puedo encarcelar mis instintos. Deambulo infinita por las calles mendigas de mi inconsciente

Insobornablemente loca

Insoportablemente cuerda

Indecente... como la buena vida.

lunes, 23 de mayo de 2011

¿Que pasa con la poesía?

A lo largo de la historia, filósofos y grandes pensadores de diferentes tendencias han intentado confeccionar una justa y precisa definición de lo que es la poesía. Definiciones que tal vez han resultado demasiado eruditas para que todos logren entenderla a cabalidad.
Hoy quiero plantearles una personal visión de cómo yo vivo y siento a la poesía. Ella es para mí una forma diferente de percibir la vida y que se relaciona con una estrecha relación que el creador literario establece con las palabras. Contradiciendo la opinión de muchos con respecto a que la poesía es sólo un momento de irracionalidad, un pasatiempo de ociosos o posturas personalistas que persiguen fama y notoriedad.
Ser poeta y trabajar con las palabras es un oficio para valientes, es aprender a vivir en medio de un sinfín de contradicciones vitales que apremian el espíritu humano. Poesía es reflexión intensa, una feroz lucha contra la verdadera odiosidad de un mundo que poco o nada sabe acerca del emotivo instante en que nace o mejor se comienza a parir un poema.
Sin embargo, no puedo dejar de reconocer que a veces los creadores literarios caemos en un juego de mares irreverentes que en definitiva sólo provoca una travesía sin sentido en busca de la fatal originalidad. Nos golpeamos las canillas, unos a otros sin piedad y nos desautorizamos en una actitud que nada tiene que ver con la dulce y placentera acción de crear y ser un pequeño dios. Creo que siendo muy realista, algunos poetas están confundiendo su verdadera misión y sin apenas percibirlo se convierten en unos meros aduladores de si mismos. Seguiré diciendo aún frente a los más teóricos planteamientos que poesía es sentimiento, un conducto por donde debe aflorar toda nuestra humanidad que en los otros descansa aletargada. Poesía es un temblor esencial en el centro de nuestra segunda memoria. Un clamor de vida que trasciende la rutina y la brusquedad de un lenguaje vulgarizado que sólo ofende y da lástima.
Quizás algunos me tachen de tradicionalista y nada tendría de malo si lo fuera. Pero sólo me inquieta que las nuevas propuestas literarias no se deshumanicen por completo y en su afán por elevar el nivel de la creación al extremo, sólo se consigan garabatos conceptualizados por teóricos decadentes. Asunto grave si pensamos en que hoy tenemos una creciente deserción de lectores que no alcanzan a comprender este meta lenguaje dirigido a pequeños clanes elitistas.
Poesía es creación y como tal no puede transformarse en un mero instrumento de sanidad emocional o rabieta del autor. La misión del creador literario, en especial la del poeta, es cuidar la palabra como un signo vivo y heredado por otros que en su tiempo defendieron su amor eterno por la expresión escrita plena de talento y búsqueda. Hoy se lleva mucho pregonar el talento como signo de superioridad intelectual, olvidando que si hay un hecho cierto es que la poesía existirá, aún no habiendo poetas.
La poesía exige un gran esfuerzo por parte del elegido, pues aunque todo se muestre adverso para su canto, ella lucha por recuperar el sitial que le fue arrebatado y al cual debe retornar. Es por eso y también por un futuro digno para el creador literario que es necesario cuestionarse cuanto de lo que se escribe hoy, merece verse esculpido en las paginas de un libro. Las preguntas son muchas y entre ellas cabe destacar las siguientes: ¿Creamos versos para deleite personal, fama y fortuna? ¿Es la poesía un medio liberador de tensiones para señoras ricas y ociosas? ¿Es válido todo lo escrito sin importar la calidad o el sentido de trascendencia que presente el texto? y finalmente: ¿Hacía donde marchamos los poetas? ¿Hacía la gloria personal o la revalidación de la poesía como esencia de humanidad?
Los poetas somos comunicadores, por lo tanto, nuestra obligación es validar el lenguaje poético haciéndolo poseedor de una característica universal y cercana. Es demasiada la oscuridad que hoy existe, para que nosotros la volvamos aún más oscurecida construyendo poesía con imágenes teóricamente bien construidas, pero carentes de fuerza y corazón. Debemos, en mi opinión, comenzar a bajar del olimpo y despojarnos de la inútil vanidad. Pues al final del camino y de acuerdo a lo que fuimos capaces de entregar en cada segundo de inspiración y parto la vida nos recompensará con un lugar en la historia poética, pero lo más importante, un lugar en el corazón de algún lector desconocido.