viernes, 17 de mayo de 2013

Florence Thomas lanza propuesta a hombres y mujeres "¡Vivan la nueva ética del amor!"




Enero 29 de 2002

La psicóloga francesa invita a amar al otro en su diferencia. Premisas.

Por Isabel Peláez Reportera de El País

"El amor fiesta es una utopía que se construye cada mañana, cada atardecer, cada noche, cuando siento la posibilidad de acercarme al otro o a la otra sin posesión".

Llegar a vivir esa clase de amor, nada posesivo ni asfixiante, es la nueva propuesta de la socióloga francesa Florance Thomas, quien el viernes pasado, en el Teatro La Máscara, de Cali, presentó a una multitud de hombres y mujeres las seis premisas de una nueva ética del amor.

Ese día decenas de vallecaucanos salieron del atiborrado recinto deseosos de amar de otra forma y la invitación de Florance se repetía en los comentarios de los asistentes: "¡vivan la nueva ética del amor¡".

Por eso quienes aún creen que amar es asfixiar al otro con posesivas y engañosas promesas como "tú eres yo y yo soy tú" y "te amaré toda la vida" o con patriarcales elogios que no son tal: "me gustas cuando callas" (Neruda), tendrán la posibilidad de salirse del paradigma o por lo menos estudiar los nuevos adverbios del amor y conjugar otros verbos como madurar, tolerar y liberar...

Necesitamos...

El amor, la locura más curativa y civilizadora del mundo, siempre y cuando aprendamos a amar sin promesas, sin juramentos de felicidad eterna, sin engaños. Con el augurio de amar al otro o a la otra libre, sabiendo que no por esto evitaremos el dolor, pero siempre seremos en el amor.

Menos cópula, genitalidad e instinto y más lenguaje, erotismo y escucha del otro u otra.

Menos afán, más calma.

Menos consumo y más satisfacción del otro y de la otra.

Menos verdad absoluta, menos adverbios de un amor totalizante, como el asfixiante: 'yo soy tú y tú eres yo'.

Dejar de pedir al otro que nos ame para siempre.

Menos símbolos de un amor totalizante, del machismo, de la ignorancia y una opción madura desde la tolerancia.

Menos madres desde la confraternidad y más mujeres protagonistas modernas de sus existencias y dueñas de sus cuerpos.

Menos hombres producto de una ideología trasnochada de la virilidad, más paternalización y discursos masculinos de una vida cotidiana. Más compromisos decididos de los hombres para cambiar el poder por una caricia, una fragilidad.

Preguntarnos por una posibilidad de reconstruir los viejos pactos del amor, que se habían construido sobre cimientos de poder que imposibilitan todo diálogo y convivencia.



No hay un otro u otra para mí

El amor de los boleros, de las baladas y de los vallenatos, que extraen sus contenidos de nuestros imaginarios amorosos son simples metáforas que nos ayudan a soportar la realidad que es otra, aun a cuento del enamoramiento, la primera fase del amor.

Ilusiones muy arcaicas toman la delantera y abren la puerta al deseo de colmar el vacío, de calmar ese deseo de fusión y perderse en el otro.

El enamoramiento es la trampa fantástica: "por fin encontré al otro que me va a complementar, me colma de todo, yo soy tú y tú eres yo, amor mío". "Veo el mundo con tus ojos.”

Una mañana ese yo se estrella contra una pared y mientras más se haya creído tales promesas, más duro o más apegado esté a esa etapa, más fuerte va a ser el golpe.



Derecho a la indiferencia

El amor es complejo y diverso, heterosexual y homosexual, explica Florance Thomas.

Repensar el amor es ampliar sus fronteras y abrirlas a otros encuentros que permitan que dos hombres o dos mujeres puedan vivir el deseo amoroso, desde el legítimo deseo a la diferencia, para luego exigir el derecho a la indiferencia.

En Colombia apenas se está buscando el derecho a la diferencia. En los países europeos la consigna es el derecho a la indiferencia, es decir que homosexuales y heterosexuales bailen juntos y no obligar a los primeros a vivir en guetos.

Derrumbar las fuentes de la homofobia. Gays y lesbianas nos incitan a cultivar la voluntad de ir más allá y de actuar sobre nuestro futuro, a partir del cual sería posible reintentar nuevas formas de relaciones consigo mismo y con los otros, rechazando modos de vida impuestos y resistiéndose a la liberación sexual obligada.

Hablar de tolerancia y de diferencia se debe hacer desde la tierna edad y en la cotidianidad.



Cómo amar de otra manera

Las formas de amar que subsisten fueron articuladas por el lenguaje, la historia y la cultura. Hoy en día se ha pasado de la cópula y del instinto, al deseo y al amor, se ha convertido el sexo en sexualidad.

El reto no es hacer el sexo, copular, sino hacer dramáticamente el amor con un otro o una otra desconocido e inaccesible, aunque se llega a creer tramposamente que ese otro u otra se conoce. Para el amor existe una nueva ética.

Entre el demandar amor y su respuesta hay una distancia, un vacío. Demandar amor es pedir algo que el otro u otra no me puede dar. Es confrontarse con el vacío, con la insatisfacción o con una satisfacción que siempre será parcial.

Madurar en el amor es aceptar esa carencia, entender que no existe un otro o una otra que se acopla perfecto a mis demandas y que gracias a este vacío existe el deseo.

Porque siempre falta amor sigo buscando y así vivo y me vuelvo sujeto de la cultura. Si el otro me colmara entraría en un nirvana y me dejaría morir.

Y el origen del amor que podemos dar se encuentra en el amor recibido, pero recibido bien, no de la sobreprotección.

Cuando uno entiende que no hay un otro para mí uno se vuelve capaz de amar. Ningún otro podrá satisfacer mis demandas y el otro espera de mí lo que no le puedo dar. Entenderlo significará que toleramos que el otro o la otra no vaya a ser mío(a) y que siempre subsistirá en su diferencia.



El otro subsiste en su diferencia

El otro siempre va a penetrar el límite de mi libertad.

El enamoramiento no supone un paso cerrado, una fusión asfixiante: "respiro por tu boca", "veo el mundo con tus ojos", es un proceso amoroso casi sicótico y paradójicamente solitario, porque finalmente negamos al otro.

Los protagonistas del amor han cambiado, ya no son Efraín y María. Las mujeres están aprendiendo a hablar y desear desde nuevos lugares y el viejo guión amoroso de la eternidad ya no sirve.

A partir del reconocimiento de la diferencia existencial de sujetos libres y autónomos y del aprender a definir "yo soy yo, tú eres tú" se logrará una nueva manera de amar. Reconociendo que "no tengo para ti lo que esperas de mí" y admitiendo así que la soledad es el meollo de la condición humana.



Ellas y ellos

Las colombianas apenas están aprendiendo que sólo desde una imagen de sí mismas gratificante y menos culpable, el amor se torna en una fuente límpida de goces.

Sólo aprendiendo a enamorarse de la distancia que nos separa hay posibilidad de encuentro. Sólo desde la libertad es posible el amor. Desde su propia palabra del amor y el erotismo las mujeres descubrirán un goce que no se tiene que alimentar del goce masculino.

Mientras no haya mujeres en las mesas de negociación no va a ver nadie que ponga sobre el tapete la vida cotidiana, los problemas domésticos, el amor, el erotismo y esos temas hacen parte de la paz.

La masculinidad no es una esencia, es una ideología, una construcción. Hay que desterrar sueños de hombre como: "La amo a usted dependiente, luego adorable", "Me gustas cuando callas...".

Abandonando los privilegios que les otorgó una cultura patriarcal, dejando de ser amos del saber del mundo, del saber sobre las mujeres y dejando de ser dueños de sus existencias los hombres podrán encontrarse, sin vacilaciones y ambivalencias, con ellos mismos y luego con las mujeres. FLORENCE THOMAS, FEMINISTA COLOMBIANA

"Si no hay democracia en la cama tampoco la habrá en el país"


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Por Claudia Karim Quiroga

La designación del 8 de marzo para celebrar el Día Internacional de la Mujer definió la trasformación de la condición de las mujeres en el mundo occidental y se convirtió en la única revolución triunfante del siglo XX en la que no hubo muertos.

Florence Thomas, coordinadora del grupo Mujer y Sociedad y autora de varias publicaciones en torno a la participación de la mujer en diferentes esferas de la sociedad, estuvo esta semana en Cúcuta.    

La sicóloga de la universidad de París, y columnista del diario El Tiempo, ofreció una conferencia en la Cámara de Comercio. A la cita acudió buen número de mujeres, contrastando con los tres hombres que observaban el femenino panorama.
La conquista, que desde 1950 la mujer ganó con el sufragio, es desconocida, a veces, por las jóvenes que no saben que los logros de madres y abuelas no han sido gratuitos.    
“Nada de lo que viven hoy las jóvenes ha sido regalado a sus madres. Es el fruto de luchas, de separaciones y de decisiones”, observó Thomas.
En el pasado, la mujer tuvo que enfrentarse a los maltratos de una cultura patriarcal que no estaba dispuesta a ceder tan fácilmente, agregó sobre la pertinencia de recordar la historia que han vivido las mujeres y con el fin de no repetir los errores.      
Florence denunció que ningún grupo ha sido tan "terriblemente" golpeado y abusado como la mujer, que ocupa el 51 por ciento de la población mundial. Son 5.000 años de historia, en la que el cuerpo femenino fue mutilado y era propiedad exclusiva de los hombres, agregó. 
Las mujeres colombianas trabajan calladas, “como hormiguitas”. Hay algunas que están generando en el país procesos de resistencia pacifica y de construcciones de otras maneras de encontrar diálogos y convivencia.  Sin embargo, todavía tienen en sus manos la responsabilidad de los hijos y de las hijas, en ellas está el país de mañana. 
Criticada por muchos, Florence es sinónimo de convicciones fuertes y de agilidad mental. Es una mujer que, aparentemente, luce fuerte. Incluso, ha sido tildada de agresiva, adjetivo que cambia por el vehemente. Tiene el don de la palabra y la elocuencia, que con el característico dejo francés, llaman la atención. Empezó a trabajar por la mujer desde que llegó al país enamorada de un colombiano. El contraste con la floreciente París de 1960, con las grandes mujeres de la literatura y las artes, los grupos de rock y la cultura que se respiraba en los salones de arte y en los míticos parques parisinos, se despertó en Colombia con mujeres demasiado sumisas.      
Florence disfruta su trabajo, lo mismo que su casa, en la que reposan los objetos que más quiere, las flores, la computadora. La acción de entrar al apartamento, después de la jornada diaria, y encontrarse con ese “pequeño mundo” de cada cuál es un placer que disfruta a cabalidad. No guarda con celo su conocimiento, al contrario, lo ofrece. La misión, si se opta por tomarla o no es decisión de cada cual, y la misión está mucho más allá del sexo; son las enormes ventajas que ofrece la diferencia.

Claudia Karim Quiroga. – ¿Existe alguna especie de reacción por parte de las mujeres a ser perfectas?   

Florence Thomas. – Se han dado cuenta de que nos están pidiendo demasiado. No podemos ser las profesionales, responsables, libres, con ventajas y privilegios ganados, pero con una cantidad de retos frente a las viejas cargas del siglo pasado.   

C.K.Q. – Las mujeres quieren seguir siendo buenas mamás, quieren seguir amando a los hombres, pero no a cualquier precio...           

F.T. – Ellas responden como nadie a lo que deben responder. Son las que cuando empujan la puerta de la casa tienen que llegar a recoger el desorden, encuentran la alberca llena de ropa sucia. Allí empieza una segunda jornada de trabajo. También, hay mujeres que trabajan y que pertenecen a juntas de barrio y son representantes de la comunidad y asisten por las noches a las reuniones. No tienen tiempo de deprimirse, ni de llorar. Son las mujeres que están permitiendo que el país amanezca cada mañana.    

C.K.Q. – ¿Cuál es la fortaleza de la mujer?           

F.T. – Está en el contacto que tiene con la vida cotidiana, con el otro, en la estética de la vida cotidiana, del arreglo de las cosas y de la casa.     

C.K.Q. – ¿Qué piensa sobre la maternidad?           

F.T. – No creo que exista un instinto maternal, si lo hubiera no habría niños en la calle, abandonados, porque el instinto no falla.     

C.K.Q. – ¿Cómo son los hombres?           

F.T. – Son niños grandes que no terminan de crecer nunca. Reitero que no he declarado la guerra a los hombres. Amo a los hombres profundamente. Tengo dos hijos varones y tuve esposo por diez años. No obstante, no podemos dejar este país en manos de los hombres porque lo están haciendo muy mal. Hablan distinto, se toman la palabra y no la sueltan nunca e intentan explicar el mundo, simplemente, porque son hombres.     

C.K.Q. – ¿Cómo es la mujer nortesantandereana?           

F.T. – Es muy berraca para resistir semejante machismo. Deben ser mujeres muy lindas, porque, o si no, se hubieran muerto todas. Pienso que son valientes, echadas para adelante, cuando empujan la puerta de la casa, nadie la vuelve a cerrar. Claro que todavía hay mujeres muy pasivas en relación con el dominio de los hombres. La educación es una clave, porque trasforma, porque cambia todo. 

C.K.Q. – ¿Cómo es Florence Thomas?           

F.T. – Me veo como una mujer vital; pero, también, tengo muchas fragilidades. No soy la mujer fuerte que la gente piensa. Soy una mujer absolutamente corriente. Con dos hijos profesionales que volaron por sí mismos. Adoro mis espacios, mis matas, mis flores, pero también mis libros, mi computadora. Cuando estoy en una conferencia doy todo, e incluso, a veces, digo cosas que no debo decir. Pero me doy. Soy vehemente y apasionada.    

C.K.Q. – ¿Sobre el feminismo?            

F.T. – Uno no nace feminista, se vuelve feminista. Colombia me volvió feminista desde que llegué en la época de los 60 enamorada de un colombiano. Fue un choque cultural encontrar mujeres tan dependientes de los hombres. Luego, en la Universidad Nacional, con cinco amigas nos reunimos y empezamos a trabajar los textos del feminismo internacional para entender su existencia. Así se construyó el grupo Mujer y Sociedad.    

C.K.Q. – ¿Cuál es el gran triunfo de la mujer?           

F.T. – Controlar la reproducción de la sexualidad. Hacer el amor y gozar el amor sin pensar en un embarazo. Así como los hombres piensan en su cuerpo desde hace años. La anticoncepción significó un golpe muy duro para los patriarcas y para los machistas.      


NOS TOCÓ APRENDER A VOLAR
Los nudos del amor
Por: Florence Thomas
El Tiempo (23 de marzo de 2005)

Hablaré nuevamente del amor. Tengo la mala costumbre de volver regularmente a él. Porque, si bien es cierto que hemos cambiado aprendiendo a subvertir las viejas metáforas que nos significaban, el amor sigue siendo para la gran mayoría de nosotras un asunto de primera importancia aun cuando ya no es el único centro de gravedad de nuestras vidas como hace un siglo. Lo difícil ahora es componer, es equilibrar nuevas formas de ser en el mundo, a veces contradictorias pero que definen hoy a las mujeres modernas y urbanas. Y después de dos o tres décadas de aprendizaje de nuevas prácticas de sí, el amor sigue ahí. Un amor que debe confrontarse ahora con nuevas y múltiples aspiraciones duramente ganadas y frente a las cuales no hay retrocesos posibles.
Entonces está el amor, pero está el otro amado que obliga a componer con la diferencia; está el amor, pero está la necesidad de realización personal; está el amor, pero está la vida cotidiana que devora el amor; está el amor, pero está el deseo de autonomía, a menudo mortal para la vida de pareja; está el amor, pero está el deseo de hijos que se interpondrán en el dúo amoroso; está el amor, pero está el ejercicio de la ciudadanía; está el amor, pero está la vida laboral o profesional; está el amor, pero está el inaugural deseo femenino de soledad; está el amor heterosexual, pero surgen otras opciones a la esquina del deseo; está el amor, pero están los inconscientes y las historias de cada cual; está el amor, pero están los otros amores del pasado; está el amor, pero está la fragilidad de lo humano; está el amor, pero están sus viejos imaginarios que siguen actuando; está el amor, pero está el odio, tan cerca...
Definitivamente, el advenimiento de una mujer sujeto social, de una mujer sujeto de derechos y de deseo, generadora de palabra, de cultura, de mundos, nos coloca en el centro de difíciles encrucijadas que lo más a menudo tenemos que resolver solas. Ya no podemos sacrificar todo a nombre del amor, ya no queremos seguir con esta cultura del amor que nos definía hace un siglo; una cultura que era portadora de algunas felicidades y de muchas desgracias cuando las mujeres necesitábamos entonces ser amadas para existir.
Ya no, pero equilibrar nuevos deseos, nuevas posibilidades con antiguas nostalgias, hacer el duelo de viejos imaginarios y concepciones románticas del amor para dar entradas a estas inaugurales maneras de significar nuestras existencias, no es fácil ni puede hacerse en una o dos generaciones, más aun cuando sentimos que los hombres que más amamos no han logrado solidarizarse del todo con nosotras. Y esta solidaridad solo podrá generarse cuando ellos asuman que ese nuevo camino emprendido por las mujeres para redefinirse ellas en el amor, representa una oportunidad para plantearse una nueva pregunta relativa a su masculinidad, ya no desde una conciencia de la pérdida de este lugar privilegiado en la ecuación del amor, sino desde la profunda convicción de participar en la construcción de un nuevo pacto amoroso, más fértil desde la equidad y por esto más humano.
Sí, pero mientras logramos convencerlos, tenemos que ser acróbatas y lanzarnos al vacío, sin red. Nos tocó aprender a volar. Y bien, después de todo, no lo hacemos tan mal y, por lo menos, volamos.
Periodista y escritora barranquillera, actualmente vive en Nueva York. Sus artículos han aparecido en The New York Times, Time, Newsweek, The New Republic, The Miami Herald y The Paris Review entre otros. En 1996 fue elegida por Gabriel García Márquez para participar en uno de sus talleres de redacción. Trabajó en Nicaragua donde cubrió en 1990 la derrota de los sandinistas y luego se trasladó a Nueva York. Allí se empezó a interesar en el tema del Sida, particularmente en el contagio entre la población femenina. En 1997 ganó el premio Paul Taylor-Dorothea Lange del Center for Documentary Studies por su trabajo periodístico en Cuba. También fue seleccionada por la revista Time y por la cadena CNN como una de las voces latinoamericanas del nuevo milenio. Fue nominada al premio Pen por una obra de no ficción con su libro "En la tierra de Dios y del hombre".


lunes, 29 de agosto de 2011

Aunque no sea conmigo




BIOGRAFÍA

Rosa Amelia González Baeza, nace en Talca, un 16 de octubre de 1964. Desde pequeña manifiesta un gran interés por la lectura, pero es durante la enseñanza media (1979) que comienza a crear sus primeros tímidos versos, gran parte de los cuales terminan asesinados por ella misma, hechos trizas en el fondo del basurero o extraviados en alguna noche de juerga ilimitada.
En un loco afán por descubrir su propia voz poética, decide participar en talleres literarios dirigidos por destacados escritores como Enrique Villablanca, Gabriel Rodríguez y Matías Rafide, siendo este último quien sin saberlo y tal vez sin quererlo, gatilla en ella el despertar del oficio entregándole algunas claves para purificar de vicios sus textos, sin duda que desde ese momento ella asume un compromiso real y serio que se traduce en una constante búsqueda y perfección de su estilo.
Comienza a tener más participación en la actividad literaria de su ciudad, interviniendo en varios recitales poéticos en la Región del Maule. Realiza la publicación de algunos de sus trabajos en libros de carácter colectivo. Entre los años 1991 a 1996, se convierte en destacada columnista del Diario El Centro de la séptima Región, actividad que abandona por sentir que la motivación inicial había desaparecido.
Actualmente la autora se prepara para iniciar una nueva etapa creativa, aproximándose lentamente a la narrativa, pero sin abandonar el instinto cazador de imágenes que ella acumula a la hora en que muchos están durmiendo.

Loba Crepuscular


En tiempos primitivos no tuve que enseñar el paradigma hipnotizador de mi origen. Ese, que a veces me abandona y sin más preámbulo degenera en mi calaña aulladora. Antes, el índigo me inundaba de más luces y ahora entiendo, que sólo era un esbozo del nuevo azul que es sólo mío y tuyo, si lo antojas. Hacia lo alto del montículo, enganchan mis deseos empantanados de trasnoches en la feroz despedida de la que siempre fui. Aunque insistes, loba madre, en decirme que la noche no me abraza, ella está esculpida en la punta de mi lápiz que sin saberlo escribe. Ya no importan las calles recopiladas bajo mis pasos, despliego un centenar de formas nocturnas ocultas sobre el sol. Puedo ser el alfil que ignora su destino, aunque sé bien que en esa irreconocible existencia, hoy me encuentro con la loba nocherniega que me inunda de crepúsculos, a la vuelta de cualquier esquina. Si pudiera darte mi clave, sabrías que no existe, pero aún así, me asolan sobre los ojos imágenes que ninguna otra criatura puede ver, ni verá. Sé que la memoria es frágil, aún así, siempre recordaré cuando desplazaba mis patas afiebradas por el cemento inerme. Sigo mis huellas y dejo caer suave sobre la piel de transparencia inusitada un lastimoso aullido que trasciende en el infinitud de las sombras.

Soy la lluvia que moja el árbol prohibido. Conmigo, el fruto nunca madura

Insisto,

Me niego a dejar de insistir. Sucumbo, hoja de metal.
Reaparezco, se aumentan los arcángeles. Los santos, aquí, aún en pañales. Matriz de laringe.

Un segmento con una lámpara gradual, donde el ave de rapiña exhorta, las estampas del linaje en la cerca de la no presencia. Hay, una plaga púrpura en cada elemento, y yo, soy ese cortafuego.

Intimó con un suspiro en mi pezón. Un artificio, un engaño. El solsticio de invierno, cuando ya no seducimos el verano. Se mata, residiré comprendiéndome. Es mi género de conciliar.

Suspenderé, la misa nativa de la gracia. Mientras anochece sobre mis pensamientos, la luna ampara ese caer al despeñadero, entre la frondosidad de otro versículo donde aparece la clemencia y la conmemoración, la naciente sabiduría de mi sobrenombre, la molesta paz de mi habitación.

La manada, me acecha
La mancomunidad me reclama, cuando aún mi cadáver, garabatea.

Un gruñido se escapa de mis huesos, desahogando la tumba en que resido. ¿Qué ,zonas, aún no me conozco? Y seré en ningún tiempo, como viajera sin equipaje.

Cuando la expresión se perfeccione, conocerán los desvaríos mortales de la otra que nació alada.

Sin ninguna atadura visible que evidencie el ensueño. El día, y éste firmamento. Y aquél y aquella y aquellos y ninguno

Y la pasión del torrente que me ahoga.

Sobrelleva el entusiasmo relativo en reverso del acero. Luego, un estacazo. Luego, el torrente.

Luego, los océanos luego. Luego, después a media oscuridad

Esa advertencia, inocente, de mi perdurable virgen.

Enajenado monte de alabanzas. He inhalado la congoja, camino hacia ninguna parte

Luego, otro episodio, un compromiso.

Corazón de loba

Alaben a mi loba. Acérquense,, incrédulos a ese aro en que la vidente como un ave rapaz, predice mi parto, predice el maleficio, el pecado y la casta, que se desangra sobre la lluviak, lavando el núcleo llagado, vulnerando la pértiga en mi costilla. Un discreto suspiro abrirá la portezuela, trazando un destino inacabado. El atalaya. Corazón lobo, dice potestad, dice capitulación. He examinado mi retrato en la pestaña escarlata del sol. He visto mi entidad alba en la muralla, cuando resplandecía y lucía como una trémula nomeolvides. Circulaba el cauce en el reverso de mi estirpe, a manera de óleo sobre mi imagen, renacían los ancestros. Loba, loba, te amo. Te absuelvo porque te he erigido insalubre, como la maldad. Me consagro a preservarte en nombre de todas mis hermanas. Dime, oráculo, ¿adviertes mis prolongaciones, mi púrpura marisma membrana de carnicera indigna y el desafecto de mi pestaña pastosa?

Ensálzame, soy irreparable y frecuento al librepensador. No hay éxodo que finiquite el rugir de mi sangre. Las víboras no han conseguido obstruir la trampa que agrieta el sempiterno afluente. Expresó el indeleble légamo. Enjuagó mis favores escarlatas. Abandonó las lisonjas en el módulo obsceno, ese que nos inquietaba cuando nos abarcaba el trifolio impávido, trifolio y serenidad, trifolio malversado instante nunca

Indivisible tenebrosidad.

Este amanecer es la maldición.
Cualquiera habita matando y notamos que son indivisibles.
Eres por siempre
Mi diosa loba, madre de mi madre. Hija de mi espíritu santo

Un ajedrez con el infinito

Agitan blancas piezas los vasallos del juego: me saco el grillete, voy de pasillo en pasillo, la cándida ya no se desarrollará, atalaya conquista al emperador indefenso, una migaja se depura y es gracia inmemorial en los pelajes. Regresamos sobre el mutismo de las bocas. Un grácil pájaro ha hilvanado su risita sobre el aire. Tiemblan, oscurecidos alfiles. El ebrio hedor, se asocia al cuchillo degolladero y a la encéfala herencia. ¿Qué, es? Una contemplación entre el conflicto, un olfato que la revolución mar adentro crea, cuando el apetito asciende. Astucia y subsistencia; el brote, presiona sus aguijones en la faringe de esta amanecida. Se estremecen limpias mis manos: lo naciente en la concavidad de mi calavera. ¿Gozas, sabedor del cántico helénico? Se desprende de su musculatura, Vicente, para digerir. Un caballo respinga su despótico envés. Conquisto oscurecidos recuerdos: una pieza desde la raíz de la confusión; lleva antifaz. La loba adivina, bajo los nublados. Hay, todopoderosos percibiendo. La loba espera en entretelas, indivisible, sobre el púlpito descomulgado.

En el último casillero, ha subsistido sólo un alma... Jaque mate.

Me perturba la mirada limpia de Judas

En fragmentos he desfallecido sobre la escama de piedra caliza clara y oscurecida, bajo los arcos de triunfo. Una fresca brisa bajo las extremidades hace temblar mi esqueleto el precipicio. Son tiempos de corceles azabaches. Abolengo en los antepechos, y en mi vestidura, sólo la noche. La canción reúne a las hermanas, mi fundamento se perfecciona, menesteroso. Es tan anémico, lleva un ciclo de sol en el tobillo. Abandona el rastro susurro y deja la sangre colgando de los colmillos en señal de triunfo.

Aullido.

El jadeo protesta. Un animal de presa se pernocta en el tragaluz pequeño de mis ojos y vislumbra íntimamente mi sollozo, la próxima víctima, la morada de la muerte se precipita. No hay Edén. Conmueven, los cándidos vagidos de las sacrificadas. Sobre el muro Narciso, fundida en lo andado, instituida, poderosa. Como se aborrecen estos argumentos que dignifican el crimen.

El mandato

A mi loba, más tarde

En verdad ella ha dejado de aullar, profesa que jamás ha caminado en cuatro patas. Juzga, que en ningún tiempo se ha quejado y que los astutos ocuparon su puerto, pero ella escudriña un hedor a sal profetizada, se acaricia los pezones, afila los colmillos, se eclipsa por el desfiladero, trata de fragmentar esa zona de redención sobrecargada de pecados. ¿Cómo, no pecar de ignorancia en este insuperable instante en que se delibera alevoso, tener olfato de loba, tal vez delinear el envés de esta hembra brutal con vuelos de galimatías, a lanceta, con el mismo bisturí? Su arte inflexible se paraliza en una comunión con la caricia imparcial. No retiembla, debe excitar el aullido que la aturde de tan imprevisto, pero la gracia de la inmensidad se le viene de las fauces. Ya, apesta a masa de agua su pelaje taciturno. Ya, los extremos. Duda, que no exista aullando; que escriba, pretendiendo hacerlo de día; eso yacería impropio en el semblante de los incrédulos. Por el lucero pequeño irrumpe la novísima puesta de sol en mendrugos, pero la loba inmortal esperanza su reinado, el reinado de serpentina, donde una vestidura limpia, cubrirá las figuras disgregadas por la noche. Sus prerrogativas le juzgan extraña, palpan a la mujer proverbio, la reclaman borrasca, no interpelan su generoso llamado.

Descifra que poco le seduce. Todo es negación y es carencia. Cree que no hay venida, que no puede separar los tiempos y subsistir en el prototipo de los ensueños, con aquella nueva mujer, irascible y clandestina que tantas veces ha tenido en su sexo.

Otro profeta anuncia su canto vehemente y entonces ella gime y le ofrece los hijos lóbregos que inventaba al borde del precipicio, rompe el pacto de silencio, y escribe los primeros acordes de un arcoiris sobre las estrellas los cuerpos mutilados por ella, están allí. Ella no pregonará arrepentimientos. La loba lo sabe y tiene miedo. Bebe, el último trago de sangre, piensa en la pared de su cuarto propio. Piensa, en la palabra que ella está susurrando por vez primera, la que siempre escribía por inercia, casi sin querer.

He cerrado los ojos para concederle un deseo a la loba de noche

Una noctámbula sombra se acerca a la ventana. La luna ha entrado fiera y profana la quietud del misterio que habita la imagen, que tuve y perdí.

Hay noches, en que el viento derriba mis prejuicios. Regresa la indomable, la indolente, la trémula, la indecente, la profana. Entonces las palabras se dejan caer sobre mi inconsciente y escribo entre el viento en la dimensión más oscura. Es el tiempo de convocar al brindis.

Y luego, la quimera de la innoble y el lápiz cuchillo certero asesinando las historias.

Ceder al impulso se hace necesario. Sobre la mesa, me dejarán las sombras papel blanco, tinta y un destino sin destino que es el de todos los que escriben. Frente a mí una mirada de loba triste acongoja el corazón de la nostalgia en está medianoche que trae de regreso la plácida estación del olvido. Aún, sigo respirando, el verbo del origen. Me reconozco. Soy, la loba.

Y soy, el desconsuelo, en esta noche larga.

Loba madre, permite, que se demore en llegar el amanecer.

Convoco, a la manada, en nombre del pacto.

Una densa calma atraviesa la mirada de mi alma felina. Escapo por la ventana y le digo que sí al instinto. No seré esta noche, ni ángel, ni demonio, ni la clave que todos buscan. Dejaré correr las palabras por la sangre de los elegidos. En los vientres, estériles sembraré semillas astrales y brotarán azules criaturas que perpetuarán la especie. Y vendrán, a poblar las sombras, pequeñas lobas de hablar pausado. Hijas del verbo.

Y, entonces, el silencio, recuperará su voz.

La especie, el origen.

Convócame noche de mi noche.

Escribir, después de todo, es sobrevivir a toda costa. Abrazados, al peor de los infiernos y escribir de la dicha dichosa. Hoy, el sol, eclipsa la luna de mi ayer y se alza el amanecer irremediable. Miro, la lapicera, en cuatro patas sobre el papel. Ella, es testigo, de toda la sombra que bebí, en nombre del verso.

Esta es una noche profusa, incandescente como la pasión.

Caminaré despacio entre penumbras, reconociéndome entre el sudor del rocío. Luego, la ceremonia de iniciación y la entrega total a la loba que me espera.

Un canto de trino lejano estremece la quietud del bosque, mientras vuelvo a nacer, entre la placenta húmeda del parto involuntario. Se concreta la razón y el principio de mi ser y estar.

Todo no puede ser una impertérrita mentira

Enmudece.

La lluvia

Dentro de mí, reposa herida mi loba. Ella, dijo la primera palabra y fue partera iluminada del verbo, renacieron promesas entre las cenizas de sus muertos. Vuelven los recuerdos con los sentidos desgarrados. Vuelve el aullido. Cada vez, más fuerte.

La noche no tiene piedad con sus hijos pérfidos y soy esclava de mis instintos, los pórticos de mi lengua se abrirán de par en par. Cruces de oro sobre la desigualdad y un hábito como paramento. Nada disminuye el duelo, pronuncio un rezo imperceptible.

Y son sólo lágrimas

Sólo lágrimas. Sólo la pérdida y el desamparo. El cuarto lóbrego, la perfección del miedo. Vigilar al acecho como animal herido y entonces el aullido como siempre.

El fragmento.

Abro la mano. Sólo para desalojarme de escrúpulos y acariciar el precipicio de mi ser. La mano se abre a esos signos y amanece sobre mi locura. Repatríame, antes de que todo sea renacimiento y cuelguen las migajas de mi loba ascendencia.

Todo se vuelve incierto cuando duermo.

Consagración y obediencia.

Alzo la copa contra el sol. Mi corazón se funde y no lo reconozco. Desfila la noche como meretriz en celo sobre mi cuerpo, una y otra vez. Una sensual inspiración se desliza por mis piernas, vientre adentro. Giro la copa, y bebo sólo por el placer de reencontrarme. Gimo, descontrolada, mientras el caos se contrae y todo el ciclo se renueva.

Hoy no tengo prisa, me inquieta la quietud de mi océano y ya se aproxima el instante de emprender el viaje hacia el profundo despertar de mi linaje. Las horas sepulcrales se aproximan a mi barca. Me inquiero en el abecedario no descifrado, en la señal que no fue, en la prolongación de mi otra vida que retorna.

Me llamo, aferrada a mi reflejo.

Percibo, lejos, un gemido en el vientre.

Esterilidad

Me cubre la tinta ancestral y no es la certeza rescatada del caos. Es, la melodiosa canción que traje, desde la noche de ayer. La palabra imagen y el diccionario indómito que salve, navegándome en noches eternas. Sumergida en el roció indómito de mi aliento. Un vestigio de mi reflejo yace vagabundo, atrapado en el mismo espejo que me quebró la nostalgia. Y enciendo hogueras a la diosa madre que me acoge. Vuelvo al bosque patria de mi cimiente y descanso sobre el montículo de noche despoblada que un día me vió nacer.

Existo en la noche con su negrura de abismo sin fin. Me adormece la multitud del amanecer con el alma en aborto perpetuo.

Las iglesias me bautizaran en la pila clandestina. Y vendrán a proclamar mi venida las sombras que cubrirán el destino de los caminos. Se abrirán las puertas hacia el infinito y volveré, como siempre, a reír sobre el ombligo del mundo.

Después, dejaré caer mi hocico, sobre el pasillo húmedo de la figuración. En comunión con la tarde que se acerca, volverá a brillar en mis ojos la señal de mi loba. Convertiré la luna en selva virgen, perfilando la sinuosa figura de mi reflejo. Un destello rojo sobre las miradas. Un descanso, para la guerrera que soy.

Al acecho.

Describo el acecho como signo evidente de mi animalidad. Deletreo mi nombre sobre el muro blanco de la vida oblicua. La noche me avisa que la cacería ha comenzado. Las trompetas anuncian que debo correr por la planicie de mis pesadillas. La batalla recién comienza, y el sueño se extiende en el espejo que me mira. Nada es lo que era, y todo apenas es una parte de un principio, aún no nacido.

El cazador no vacila. Vacila la presa, y se despide. Abre tus brazos para mi cuchillo: te daré el sueño, no el olvido.

Percibo el susurro de mi loba en el hálito del puñal, en el aro de la tregua herida. La senda de este rondar la calle hace florecer los gritos. Una loba macho me mira monte abajo, mientras el volcán eterno de mi existencia atrapa la víctima anunciada. Tengo un fuego extraño en la mirada. Aún tengo hambre.

Los aullidos atraviesan la quietud del bosque.

Me atraviesa los sentidos el olor a sangre.

Y me lanzo bosque adentro en busca del trofeo prometido.

Escribo un epitafio sobre mi sombra y adivino el eterno retorno que me persigue. Un cúmulo de cicatrices agrieta mi piel curtida de noche. Noches, en que me he desgarrado el alma en mil tormentos. Allí, siguen las heridas abiertas como testigos de la batalla, la batalla que nunca termina. Y entonces, todo vuelve a florecer en gloriosos instantes de placer, donde dibujo el encuentro con la vida que perdí. El otro lado del reflejo. La palabra que se hizo inmortal. He renacido entre las antiguas cicatrices. A veces, se me da por pensar y creer que sólo fui, un sueño pasajero, pero este aullido atrapado en la garganta, me recuerda la loba que me habito. Hoy miro desde el balcón de la esperanza el desconsuelo de la victoriosa entrega. Todo por un verso y ganarle la batalla a este odioso juego con el infinito.

La loba vive.

Canta, sufrida; esperándome en alguna esquina del ensueño. Yace cansada en algún pálpito de memoria. Espera ser nacida, renacida, como siempre en el altar de las pesadillas.

Encuentro el rastro hacia el confín de mi alma. Una demoníaca lujuria descansa sobre mis hombros y aún así regreso a dibujar sueños, sin forma, sólo por soñar, sólo por crear. Aulló burla.

El torso desnudo con los pechos libres y un dolor sin consuelo colgando de mi herida abierta.

Hoy dejaré que la pasión traicione a la razón.

La brisa de la mañana me despierta desnuda sobre la imagen que perdí, una noche de tantas. Un lecho cansado de esperar, dibuja el contorno de mi cuerpo a la distancia, como perdido entre lunas, junto al viento.

Espíritu Ancestral

Déjame caminar la calle despierta. Que el azul cielo ilumine mi pensamiento. Alma de mi alma. Bruta bestia de mis ruegos, deja que ascienda hacia la tierra.

El árbol verde, verde que te quiero verde, me espera florecido. Una estatua me sonríe traviesa en este día que me aplaca. Lejos aúllan las sombras proclamando mi destierro. Sé que mi loba herida, descansa y llora sin mí. Desvalida, lame sus heridas y se abandona al sueño, mientras espera mi llamado, mi posesión, mi creencia. En honor a ella entono un gemido callado que deja pendiente el pacto de sangre. Cae la noche y duermo junto a mi espíritu. Los pantanos de la muerte, permanecen sollozantes, callados, infértiles. Mientras yo caigo sobre el día que me aniquila lento. Me duele la loba en el vientre. Añoro el parto doloroso, el hijo sangrante y la muerte lenta, ebria sin mañana. Mis dedos recorren esta inmensidad sin estrellas y sólo el dolor atrapa mis caricias. Estoy que me existo.

Sin el aroma de las sombras mi verso no despierta vigoroso. Un verbo inofensivo y programado se adueña de mi inspiración. Se me escapa el fermento amargo de la divina ensoñación que fue sólo mía. Tuve las llaves de la eternidad. Pero me acalló el miedo. Loba, mi reina loba, aún aóllo a media tarde, en secreto, como pecando.

Hablo con mi espejo. Y el reflejo me sonríe. Sólo poesía.

Ángel caído

A la luz de una vela elíptica la madrugada se enciende. Dos cirios benditos. Vino oscuro, otra vez el brindis. La noche sigue fría. A través del sueño me cantan las pesadillas compañeras de creación. Sin querer me tomo un café, largo... largo, y escribo para no morirme tanto, para tanto no morirme. Aúllo.

Esta música ya no me pertenece. Esta voz me vino casi por supervivencia. Esta voz no es la mía. Las palabras no tienen sabor, ni color, ni vida. Sólo aparento el rito y me quedo con hambre, como animal sin presa. Encontré el camino y perdí el destino. No hay retorno, dice mi loba.

Mi piel se encabrita en esta distancia. Duele tener los huesos afuera y la piel adentro. Ya no sangra el verbo de mi verbo.

Te pienso, loba, como la mano que me ayudó a sostener la noche. Sé que eres tan nocturna como un crepúsculo de hora incierta, y aunque sonríe desafiando al sol, el búho que te habita sólo puede elevar vuelo al anochecer. No existe sabiduría sin crepúsculo.

¿Dónde peregrinarán las lobas sin noche?

Yo también busco un refugio, un abrazo. El crepuscular pelaje perdido.

Tengo sed.

El éxodo ha comenzado.

Soy, en este cuarto propio, voz y silencio. Voz que es alarido

Y el alma se vuelve misterio. El bosque renace como único hogar reconocido. Afuera no tengo patria y me duele la vida. La furia se desboca, voy viva muriéndome, es asunto de honor esta batalla y me envuelve la hoguera del pecado. Juegan conmigo los rostros inversos de mis congéneres, y aunque me mientan sus sonrisas, yo sé que por dentro las lobas hermanas, me lloran.

Y fue un adiós repentino. Me salvé de golpe.

Traición es la palabra que define la acción.

Creo en lo profético de mi palabra noche. En el caos perfecto de la subconsciencia. En el ir y venir con la razón despierta. Soy un animal herido que gemirá por los siglos de los siglos.

Y me haré un altar secreto, un oásis noctámbulo para calmar mi sed.

Inocente renazco del crimen.

Soy esclava de este sino glorioso. Un séquito de fantasmas me hace esclava del silencio y la perturbación.

Es mi reflejo repetido que trasciende la dimensión oblicua de mi ojo palomero.

Es otro bosque. Y hasta el aullido nace peregrino.

Escritos polvorientos deliberan el futuro de la manada que me sigue. Las lobas están despertando. Yo pienso en la libertad y me quedo mansa entre los brazos de la niña que murió en el parto.

Reclinada sobre el tálamo impasible respiro con mis comprensiones e invento tramas con las evocaciones de mi loba agreste.

La que no tiene pelos en la lengua. Oscurecida y atolondrada. Fuego en carne viva. Una daga recta me despierta impedida de marchar contra el destino.

Enardece éste pecho prisionero, entre imaginaciones aladas que atraviesan mi razón fosilizada. Me antoja volver a la serena ronda de mi niña. Resuelvo que las murallas vuelvan a tener alas.

La cazadora renacida de mi sangre intuye la otra historia que camina a tientas por el margen. Mi muñeca suicida reconstruye el pacto no cumplido. Afuera de mi llanto la ciudad se llueve de parábolas a medio terminar. En el nombre del Padre, como si fuera hombre el origen del verbo. Un silencio perturbador me atraviesa la espalda. Muero renacida.

He visto el rostro de la noche. Sucumbí al embrujo del reflejo narciso. Alábenme hijas del destierro. Lobas de día con piel de noche. Ha llegado la hora de reagrupar la manada sobre el caos y el olvido. Traigan la memoria en sus aullidos.

He escuchado la risa del infortunio. He visto ídolos de barro hacerse polvo entre mis fauces. He visto mi reflejo sobre la luna. He visto la ciudad de la diosa. He sido profeta sobre colinas blancas y colinas negras.

He visitado el reino de la inmortalidad. He dicho que mi muerte es mi único consuelo. Mátenme, he dicho, y no me han obedecido.

Ahora espero el juicio final, entre el tumulto del mundo. Sólo aullarán por mí, las sombras como testigos insignes de mis desvaríos.

Ultima estación. El infinito. El Ser a medio Ser. El poema a medio parir.

Algún día extraño, un designio inquisidor, tocará a mi puerta. No podré evitar que la poesía me cobre la deuda. Nacerán versos como mala hierba.

Será la hora de regresar al tabernáculo y poner rumbo sobre el líquido elemento del pecado. Después de todo, la filosofía no resiste la mirada del indestructible principio. Soy inmortal.

No puedo abandonar esta piel. Desoír el aullido milenario de la manada que me llama. Me atrapa el nauseabundo rastro de mi propio linaje. La ebria amanecida de mi hembra en celo. No puedo encarcelar mis instintos. Deambulo infinita por las calles mendigas de mi inconsciente

Insobornablemente loca

Insoportablemente cuerda

Indecente... como la buena vida.