lunes, 29 de agosto de 2011


BIOGRAFÍA

Rosa Amelia González Baeza, nace en Talca, un 16 de octubre de 1964. Desde pequeña manifiesta un gran interés por la lectura, pero es durante la enseñanza media (1979) que comienza a crear sus primeros tímidos versos, gran parte de los cuales terminan asesinados por ella misma, hechos trizas en el fondo del basurero o extraviados en alguna noche de juerga ilimitada.
En un loco afán por descubrir su propia voz poética, decide participar en talleres literarios dirigidos por destacados escritores como Enrique Villablanca, Gabriel Rodríguez y Matías Rafide, siendo este último quien sin saberlo y tal vez sin quererlo, gatilla en ella el despertar del oficio entregándole algunas claves para purificar de vicios sus textos, sin duda que desde ese momento ella asume un compromiso real y serio que se traduce en una constante búsqueda y perfección de su estilo.
Comienza a tener más participación en la actividad literaria de su ciudad, interviniendo en varios recitales poéticos en la Región del Maule. Realiza la publicación de algunos de sus trabajos en libros de carácter colectivo. Entre los años 1991 a 1996, se convierte en destacada columnista del Diario El Centro de la séptima Región, actividad que abandona por sentir que la motivación inicial había desaparecido.
Actualmente la autora se prepara para iniciar una nueva etapa creativa, aproximándose lentamente a la narrativa, pero sin abandonar el instinto cazador de imágenes que ella acumula a la hora en que muchos están durmiendo.

Loba Crepuscular


En tiempos primitivos no tuve que enseñar el paradigma hipnotizador de mi origen. Ese, que a veces me abandona y sin más preámbulo degenera en mi calaña aulladora. Antes, el índigo me inundaba de más luces y ahora entiendo, que sólo era un esbozo del nuevo azul que es sólo mío y tuyo, si lo antojas. Hacia lo alto del montículo, enganchan mis deseos empantanados de trasnoches en la feroz despedida de la que siempre fui. Aunque insistes, loba madre, en decirme que la noche no me abraza, ella está esculpida en la punta de mi lápiz que sin saberlo escribe. Ya no importan las calles recopiladas bajo mis pasos, despliego un centenar de formas nocturnas ocultas sobre el sol. Puedo ser el alfil que ignora su destino, aunque sé bien que en esa irreconocible existencia, hoy me encuentro con la loba nocherniega que me inunda de crepúsculos, a la vuelta de cualquier esquina. Si pudiera darte mi clave, sabrías que no existe, pero aún así, me asolan sobre los ojos imágenes que ninguna otra criatura puede ver, ni verá. Sé que la memoria es frágil, aún así, siempre recordaré cuando desplazaba mis patas afiebradas por el cemento inerme. Sigo mis huellas y dejo caer suave sobre la piel de transparencia inusitada un lastimoso aullido que trasciende en el infinitud de las sombras.

Soy la lluvia que moja el árbol prohibido. Conmigo, el fruto nunca madura

Insisto,

Me niego a dejar de insistir. Sucumbo, hoja de metal.
Reaparezco, se aumentan los arcángeles. Los santos, aquí, aún en pañales. Matriz de laringe.

Un segmento con una lámpara gradual, donde el ave de rapiña exhorta, las estampas del linaje en la cerca de la no presencia. Hay, una plaga púrpura en cada elemento, y yo, soy ese cortafuego.

Intimó con un suspiro en mi pezón. Un artificio, un engaño. El solsticio de invierno, cuando ya no seducimos el verano. Se mata, residiré comprendiéndome. Es mi género de conciliar.

Suspenderé, la misa nativa de la gracia. Mientras anochece sobre mis pensamientos, la luna ampara ese caer al despeñadero, entre la frondosidad de otro versículo donde aparece la clemencia y la conmemoración, la naciente sabiduría de mi sobrenombre, la molesta paz de mi habitación.

La manada, me acecha
La mancomunidad me reclama, cuando aún mi cadáver, garabatea.

Un gruñido se escapa de mis huesos, desahogando la tumba en que resido. ¿Qué ,zonas, aún no me conozco? Y seré en ningún tiempo, como viajera sin equipaje.

Cuando la expresión se perfeccione, conocerán los desvaríos mortales de la otra que nació alada.

Sin ninguna atadura visible que evidencie el ensueño. El día, y éste firmamento. Y aquél y aquella y aquellos y ninguno

Y la pasión del torrente que me ahoga.

Sobrelleva el entusiasmo relativo en reverso del acero. Luego, un estacazo. Luego, el torrente.

Luego, los océanos luego. Luego, después a media oscuridad

Esa advertencia, inocente, de mi perdurable virgen.

Enajenado monte de alabanzas. He inhalado la congoja, camino hacia ninguna parte

Luego, otro episodio, un compromiso.

Corazón de loba

Alaben a mi loba. Acérquense,, incrédulos a ese aro en que la vidente como un ave rapaz, predice mi parto, predice el maleficio, el pecado y la casta, que se desangra sobre la lluviak, lavando el núcleo llagado, vulnerando la pértiga en mi costilla. Un discreto suspiro abrirá la portezuela, trazando un destino inacabado. El atalaya. Corazón lobo, dice potestad, dice capitulación. He examinado mi retrato en la pestaña escarlata del sol. He visto mi entidad alba en la muralla, cuando resplandecía y lucía como una trémula nomeolvides. Circulaba el cauce en el reverso de mi estirpe, a manera de óleo sobre mi imagen, renacían los ancestros. Loba, loba, te amo. Te absuelvo porque te he erigido insalubre, como la maldad. Me consagro a preservarte en nombre de todas mis hermanas. Dime, oráculo, ¿adviertes mis prolongaciones, mi púrpura marisma membrana de carnicera indigna y el desafecto de mi pestaña pastosa?

Ensálzame, soy irreparable y frecuento al librepensador. No hay éxodo que finiquite el rugir de mi sangre. Las víboras no han conseguido obstruir la trampa que agrieta el sempiterno afluente. Expresó el indeleble légamo. Enjuagó mis favores escarlatas. Abandonó las lisonjas en el módulo obsceno, ese que nos inquietaba cuando nos abarcaba el trifolio impávido, trifolio y serenidad, trifolio malversado instante nunca

Indivisible tenebrosidad.

Este amanecer es la maldición.
Cualquiera habita matando y notamos que son indivisibles.
Eres por siempre
Mi diosa loba, madre de mi madre. Hija de mi espíritu santo

Un ajedrez con el infinito

Agitan blancas piezas los vasallos del juego: me saco el grillete, voy de pasillo en pasillo, la cándida ya no se desarrollará, atalaya conquista al emperador indefenso, una migaja se depura y es gracia inmemorial en los pelajes. Regresamos sobre el mutismo de las bocas. Un grácil pájaro ha hilvanado su risita sobre el aire. Tiemblan, oscurecidos alfiles. El ebrio hedor, se asocia al cuchillo degolladero y a la encéfala herencia. ¿Qué, es? Una contemplación entre el conflicto, un olfato que la revolución mar adentro crea, cuando el apetito asciende. Astucia y subsistencia; el brote, presiona sus aguijones en la faringe de esta amanecida. Se estremecen limpias mis manos: lo naciente en la concavidad de mi calavera. ¿Gozas, sabedor del cántico helénico? Se desprende de su musculatura, Vicente, para digerir. Un caballo respinga su despótico envés. Conquisto oscurecidos recuerdos: una pieza desde la raíz de la confusión; lleva antifaz. La loba adivina, bajo los nublados. Hay, todopoderosos percibiendo. La loba espera en entretelas, indivisible, sobre el púlpito descomulgado.

En el último casillero, ha subsistido sólo un alma... Jaque mate.

Me perturba la mirada limpia de Judas

En fragmentos he desfallecido sobre la escama de piedra caliza clara y oscurecida, bajo los arcos de triunfo. Una fresca brisa bajo las extremidades hace temblar mi esqueleto el precipicio. Son tiempos de corceles azabaches. Abolengo en los antepechos, y en mi vestidura, sólo la noche. La canción reúne a las hermanas, mi fundamento se perfecciona, menesteroso. Es tan anémico, lleva un ciclo de sol en el tobillo. Abandona el rastro susurro y deja la sangre colgando de los colmillos en señal de triunfo.

Aullido.

El jadeo protesta. Un animal de presa se pernocta en el tragaluz pequeño de mis ojos y vislumbra íntimamente mi sollozo, la próxima víctima, la morada de la muerte se precipita. No hay Edén. Conmueven, los cándidos vagidos de las sacrificadas. Sobre el muro Narciso, fundida en lo andado, instituida, poderosa. Como se aborrecen estos argumentos que dignifican el crimen.

El mandato

A mi loba, más tarde

En verdad ella ha dejado de aullar, profesa que jamás ha caminado en cuatro patas. Juzga, que en ningún tiempo se ha quejado y que los astutos ocuparon su puerto, pero ella escudriña un hedor a sal profetizada, se acaricia los pezones, afila los colmillos, se eclipsa por el desfiladero, trata de fragmentar esa zona de redención sobrecargada de pecados. ¿Cómo, no pecar de ignorancia en este insuperable instante en que se delibera alevoso, tener olfato de loba, tal vez delinear el envés de esta hembra brutal con vuelos de galimatías, a lanceta, con el mismo bisturí? Su arte inflexible se paraliza en una comunión con la caricia imparcial. No retiembla, debe excitar el aullido que la aturde de tan imprevisto, pero la gracia de la inmensidad se le viene de las fauces. Ya, apesta a masa de agua su pelaje taciturno. Ya, los extremos. Duda, que no exista aullando; que escriba, pretendiendo hacerlo de día; eso yacería impropio en el semblante de los incrédulos. Por el lucero pequeño irrumpe la novísima puesta de sol en mendrugos, pero la loba inmortal esperanza su reinado, el reinado de serpentina, donde una vestidura limpia, cubrirá las figuras disgregadas por la noche. Sus prerrogativas le juzgan extraña, palpan a la mujer proverbio, la reclaman borrasca, no interpelan su generoso llamado.

Descifra que poco le seduce. Todo es negación y es carencia. Cree que no hay venida, que no puede separar los tiempos y subsistir en el prototipo de los ensueños, con aquella nueva mujer, irascible y clandestina que tantas veces ha tenido en su sexo.

Otro profeta anuncia su canto vehemente y entonces ella gime y le ofrece los hijos lóbregos que inventaba al borde del precipicio, rompe el pacto de silencio, y escribe los primeros acordes de un arcoiris sobre las estrellas los cuerpos mutilados por ella, están allí. Ella no pregonará arrepentimientos. La loba lo sabe y tiene miedo. Bebe, el último trago de sangre, piensa en la pared de su cuarto propio. Piensa, en la palabra que ella está susurrando por vez primera, la que siempre escribía por inercia, casi sin querer.

He cerrado los ojos para concederle un deseo a la loba de noche

Una noctámbula sombra se acerca a la ventana. La luna ha entrado fiera y profana la quietud del misterio que habita la imagen, que tuve y perdí.

Hay noches, en que el viento derriba mis prejuicios. Regresa la indomable, la indolente, la trémula, la indecente, la profana. Entonces las palabras se dejan caer sobre mi inconsciente y escribo entre el viento en la dimensión más oscura. Es el tiempo de convocar al brindis.

Y luego, la quimera de la innoble y el lápiz cuchillo certero asesinando las historias.

Ceder al impulso se hace necesario. Sobre la mesa, me dejarán las sombras papel blanco, tinta y un destino sin destino que es el de todos los que escriben. Frente a mí una mirada de loba triste acongoja el corazón de la nostalgia en está medianoche que trae de regreso la plácida estación del olvido. Aún, sigo respirando, el verbo del origen. Me reconozco. Soy, la loba.

Y soy, el desconsuelo, en esta noche larga.

Loba madre, permite, que se demore en llegar el amanecer.

Convoco, a la manada, en nombre del pacto.

Una densa calma atraviesa la mirada de mi alma felina. Escapo por la ventana y le digo que sí al instinto. No seré esta noche, ni ángel, ni demonio, ni la clave que todos buscan. Dejaré correr las palabras por la sangre de los elegidos. En los vientres, estériles sembraré semillas astrales y brotarán azules criaturas que perpetuarán la especie. Y vendrán, a poblar las sombras, pequeñas lobas de hablar pausado. Hijas del verbo.

Y, entonces, el silencio, recuperará su voz.

La especie, el origen.

Convócame noche de mi noche.

Escribir, después de todo, es sobrevivir a toda costa. Abrazados, al peor de los infiernos y escribir de la dicha dichosa. Hoy, el sol, eclipsa la luna de mi ayer y se alza el amanecer irremediable. Miro, la lapicera, en cuatro patas sobre el papel. Ella, es testigo, de toda la sombra que bebí, en nombre del verso.

Esta es una noche profusa, incandescente como la pasión.

Caminaré despacio entre penumbras, reconociéndome entre el sudor del rocío. Luego, la ceremonia de iniciación y la entrega total a la loba que me espera.

Un canto de trino lejano estremece la quietud del bosque, mientras vuelvo a nacer, entre la placenta húmeda del parto involuntario. Se concreta la razón y el principio de mi ser y estar.

Todo no puede ser una impertérrita mentira

Enmudece.

La lluvia

Dentro de mí, reposa herida mi loba. Ella, dijo la primera palabra y fue partera iluminada del verbo, renacieron promesas entre las cenizas de sus muertos. Vuelven los recuerdos con los sentidos desgarrados. Vuelve el aullido. Cada vez, más fuerte.

La noche no tiene piedad con sus hijos pérfidos y soy esclava de mis instintos, los pórticos de mi lengua se abrirán de par en par. Cruces de oro sobre la desigualdad y un hábito como paramento. Nada disminuye el duelo, pronuncio un rezo imperceptible.

Y son sólo lágrimas

Sólo lágrimas. Sólo la pérdida y el desamparo. El cuarto lóbrego, la perfección del miedo. Vigilar al acecho como animal herido y entonces el aullido como siempre.

El fragmento.

Abro la mano. Sólo para desalojarme de escrúpulos y acariciar el precipicio de mi ser. La mano se abre a esos signos y amanece sobre mi locura. Repatríame, antes de que todo sea renacimiento y cuelguen las migajas de mi loba ascendencia.

Todo se vuelve incierto cuando duermo.

Consagración y obediencia.

Alzo la copa contra el sol. Mi corazón se funde y no lo reconozco. Desfila la noche como meretriz en celo sobre mi cuerpo, una y otra vez. Una sensual inspiración se desliza por mis piernas, vientre adentro. Giro la copa, y bebo sólo por el placer de reencontrarme. Gimo, descontrolada, mientras el caos se contrae y todo el ciclo se renueva.

Hoy no tengo prisa, me inquieta la quietud de mi océano y ya se aproxima el instante de emprender el viaje hacia el profundo despertar de mi linaje. Las horas sepulcrales se aproximan a mi barca. Me inquiero en el abecedario no descifrado, en la señal que no fue, en la prolongación de mi otra vida que retorna.

Me llamo, aferrada a mi reflejo.

Percibo, lejos, un gemido en el vientre.

Esterilidad

Me cubre la tinta ancestral y no es la certeza rescatada del caos. Es, la melodiosa canción que traje, desde la noche de ayer. La palabra imagen y el diccionario indómito que salve, navegándome en noches eternas. Sumergida en el roció indómito de mi aliento. Un vestigio de mi reflejo yace vagabundo, atrapado en el mismo espejo que me quebró la nostalgia. Y enciendo hogueras a la diosa madre que me acoge. Vuelvo al bosque patria de mi cimiente y descanso sobre el montículo de noche despoblada que un día me vió nacer.

Existo en la noche con su negrura de abismo sin fin. Me adormece la multitud del amanecer con el alma en aborto perpetuo.

Las iglesias me bautizaran en la pila clandestina. Y vendrán a proclamar mi venida las sombras que cubrirán el destino de los caminos. Se abrirán las puertas hacia el infinito y volveré, como siempre, a reír sobre el ombligo del mundo.

Después, dejaré caer mi hocico, sobre el pasillo húmedo de la figuración. En comunión con la tarde que se acerca, volverá a brillar en mis ojos la señal de mi loba. Convertiré la luna en selva virgen, perfilando la sinuosa figura de mi reflejo. Un destello rojo sobre las miradas. Un descanso, para la guerrera que soy.

Al acecho.

Describo el acecho como signo evidente de mi animalidad. Deletreo mi nombre sobre el muro blanco de la vida oblicua. La noche me avisa que la cacería ha comenzado. Las trompetas anuncian que debo correr por la planicie de mis pesadillas. La batalla recién comienza, y el sueño se extiende en el espejo que me mira. Nada es lo que era, y todo apenas es una parte de un principio, aún no nacido.

El cazador no vacila. Vacila la presa, y se despide. Abre tus brazos para mi cuchillo: te daré el sueño, no el olvido.

Percibo el susurro de mi loba en el hálito del puñal, en el aro de la tregua herida. La senda de este rondar la calle hace florecer los gritos. Una loba macho me mira monte abajo, mientras el volcán eterno de mi existencia atrapa la víctima anunciada. Tengo un fuego extraño en la mirada. Aún tengo hambre.

Los aullidos atraviesan la quietud del bosque.

Me atraviesa los sentidos el olor a sangre.

Y me lanzo bosque adentro en busca del trofeo prometido.

Escribo un epitafio sobre mi sombra y adivino el eterno retorno que me persigue. Un cúmulo de cicatrices agrieta mi piel curtida de noche. Noches, en que me he desgarrado el alma en mil tormentos. Allí, siguen las heridas abiertas como testigos de la batalla, la batalla que nunca termina. Y entonces, todo vuelve a florecer en gloriosos instantes de placer, donde dibujo el encuentro con la vida que perdí. El otro lado del reflejo. La palabra que se hizo inmortal. He renacido entre las antiguas cicatrices. A veces, se me da por pensar y creer que sólo fui, un sueño pasajero, pero este aullido atrapado en la garganta, me recuerda la loba que me habito. Hoy miro desde el balcón de la esperanza el desconsuelo de la victoriosa entrega. Todo por un verso y ganarle la batalla a este odioso juego con el infinito.

La loba vive.

Canta, sufrida; esperándome en alguna esquina del ensueño. Yace cansada en algún pálpito de memoria. Espera ser nacida, renacida, como siempre en el altar de las pesadillas.

Encuentro el rastro hacia el confín de mi alma. Una demoníaca lujuria descansa sobre mis hombros y aún así regreso a dibujar sueños, sin forma, sólo por soñar, sólo por crear. Aulló burla.

El torso desnudo con los pechos libres y un dolor sin consuelo colgando de mi herida abierta.

Hoy dejaré que la pasión traicione a la razón.

La brisa de la mañana me despierta desnuda sobre la imagen que perdí, una noche de tantas. Un lecho cansado de esperar, dibuja el contorno de mi cuerpo a la distancia, como perdido entre lunas, junto al viento.

Espíritu Ancestral

Déjame caminar la calle despierta. Que el azul cielo ilumine mi pensamiento. Alma de mi alma. Bruta bestia de mis ruegos, deja que ascienda hacia la tierra.

El árbol verde, verde que te quiero verde, me espera florecido. Una estatua me sonríe traviesa en este día que me aplaca. Lejos aúllan las sombras proclamando mi destierro. Sé que mi loba herida, descansa y llora sin mí. Desvalida, lame sus heridas y se abandona al sueño, mientras espera mi llamado, mi posesión, mi creencia. En honor a ella entono un gemido callado que deja pendiente el pacto de sangre. Cae la noche y duermo junto a mi espíritu. Los pantanos de la muerte, permanecen sollozantes, callados, infértiles. Mientras yo caigo sobre el día que me aniquila lento. Me duele la loba en el vientre. Añoro el parto doloroso, el hijo sangrante y la muerte lenta, ebria sin mañana. Mis dedos recorren esta inmensidad sin estrellas y sólo el dolor atrapa mis caricias. Estoy que me existo.

Sin el aroma de las sombras mi verso no despierta vigoroso. Un verbo inofensivo y programado se adueña de mi inspiración. Se me escapa el fermento amargo de la divina ensoñación que fue sólo mía. Tuve las llaves de la eternidad. Pero me acalló el miedo. Loba, mi reina loba, aún aóllo a media tarde, en secreto, como pecando.

Hablo con mi espejo. Y el reflejo me sonríe. Sólo poesía.

Ángel caído

A la luz de una vela elíptica la madrugada se enciende. Dos cirios benditos. Vino oscuro, otra vez el brindis. La noche sigue fría. A través del sueño me cantan las pesadillas compañeras de creación. Sin querer me tomo un café, largo... largo, y escribo para no morirme tanto, para tanto no morirme. Aúllo.

Esta música ya no me pertenece. Esta voz me vino casi por supervivencia. Esta voz no es la mía. Las palabras no tienen sabor, ni color, ni vida. Sólo aparento el rito y me quedo con hambre, como animal sin presa. Encontré el camino y perdí el destino. No hay retorno, dice mi loba.

Mi piel se encabrita en esta distancia. Duele tener los huesos afuera y la piel adentro. Ya no sangra el verbo de mi verbo.

Te pienso, loba, como la mano que me ayudó a sostener la noche. Sé que eres tan nocturna como un crepúsculo de hora incierta, y aunque sonríe desafiando al sol, el búho que te habita sólo puede elevar vuelo al anochecer. No existe sabiduría sin crepúsculo.

¿Dónde peregrinarán las lobas sin noche?

Yo también busco un refugio, un abrazo. El crepuscular pelaje perdido.

Tengo sed.

El éxodo ha comenzado.

Soy, en este cuarto propio, voz y silencio. Voz que es alarido

Y el alma se vuelve misterio. El bosque renace como único hogar reconocido. Afuera no tengo patria y me duele la vida. La furia se desboca, voy viva muriéndome, es asunto de honor esta batalla y me envuelve la hoguera del pecado. Juegan conmigo los rostros inversos de mis congéneres, y aunque me mientan sus sonrisas, yo sé que por dentro las lobas hermanas, me lloran.

Y fue un adiós repentino. Me salvé de golpe.

Traición es la palabra que define la acción.

Creo en lo profético de mi palabra noche. En el caos perfecto de la subconsciencia. En el ir y venir con la razón despierta. Soy un animal herido que gemirá por los siglos de los siglos.

Y me haré un altar secreto, un oásis noctámbulo para calmar mi sed.

Inocente renazco del crimen.

Soy esclava de este sino glorioso. Un séquito de fantasmas me hace esclava del silencio y la perturbación.

Es mi reflejo repetido que trasciende la dimensión oblicua de mi ojo palomero.

Es otro bosque. Y hasta el aullido nace peregrino.

Escritos polvorientos deliberan el futuro de la manada que me sigue. Las lobas están despertando. Yo pienso en la libertad y me quedo mansa entre los brazos de la niña que murió en el parto.

Reclinada sobre el tálamo impasible respiro con mis comprensiones e invento tramas con las evocaciones de mi loba agreste.

La que no tiene pelos en la lengua. Oscurecida y atolondrada. Fuego en carne viva. Una daga recta me despierta impedida de marchar contra el destino.

Enardece éste pecho prisionero, entre imaginaciones aladas que atraviesan mi razón fosilizada. Me antoja volver a la serena ronda de mi niña. Resuelvo que las murallas vuelvan a tener alas.

La cazadora renacida de mi sangre intuye la otra historia que camina a tientas por el margen. Mi muñeca suicida reconstruye el pacto no cumplido. Afuera de mi llanto la ciudad se llueve de parábolas a medio terminar. En el nombre del Padre, como si fuera hombre el origen del verbo. Un silencio perturbador me atraviesa la espalda. Muero renacida.

He visto el rostro de la noche. Sucumbí al embrujo del reflejo narciso. Alábenme hijas del destierro. Lobas de día con piel de noche. Ha llegado la hora de reagrupar la manada sobre el caos y el olvido. Traigan la memoria en sus aullidos.

He escuchado la risa del infortunio. He visto ídolos de barro hacerse polvo entre mis fauces. He visto mi reflejo sobre la luna. He visto la ciudad de la diosa. He sido profeta sobre colinas blancas y colinas negras.

He visitado el reino de la inmortalidad. He dicho que mi muerte es mi único consuelo. Mátenme, he dicho, y no me han obedecido.

Ahora espero el juicio final, entre el tumulto del mundo. Sólo aullarán por mí, las sombras como testigos insignes de mis desvaríos.

Ultima estación. El infinito. El Ser a medio Ser. El poema a medio parir.

Algún día extraño, un designio inquisidor, tocará a mi puerta. No podré evitar que la poesía me cobre la deuda. Nacerán versos como mala hierba.

Será la hora de regresar al tabernáculo y poner rumbo sobre el líquido elemento del pecado. Después de todo, la filosofía no resiste la mirada del indestructible principio. Soy inmortal.

No puedo abandonar esta piel. Desoír el aullido milenario de la manada que me llama. Me atrapa el nauseabundo rastro de mi propio linaje. La ebria amanecida de mi hembra en celo. No puedo encarcelar mis instintos. Deambulo infinita por las calles mendigas de mi inconsciente

Insobornablemente loca

Insoportablemente cuerda

Indecente... como la buena vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario