lunes, 23 de mayo de 2011

¿Que pasa con la poesía?

A lo largo de la historia, filósofos y grandes pensadores de diferentes tendencias han intentado confeccionar una justa y precisa definición de lo que es la poesía. Definiciones que tal vez han resultado demasiado eruditas para que todos logren entenderla a cabalidad.
Hoy quiero plantearles una personal visión de cómo yo vivo y siento a la poesía. Ella es para mí una forma diferente de percibir la vida y que se relaciona con una estrecha relación que el creador literario establece con las palabras. Contradiciendo la opinión de muchos con respecto a que la poesía es sólo un momento de irracionalidad, un pasatiempo de ociosos o posturas personalistas que persiguen fama y notoriedad.
Ser poeta y trabajar con las palabras es un oficio para valientes, es aprender a vivir en medio de un sinfín de contradicciones vitales que apremian el espíritu humano. Poesía es reflexión intensa, una feroz lucha contra la verdadera odiosidad de un mundo que poco o nada sabe acerca del emotivo instante en que nace o mejor se comienza a parir un poema.
Sin embargo, no puedo dejar de reconocer que a veces los creadores literarios caemos en un juego de mares irreverentes que en definitiva sólo provoca una travesía sin sentido en busca de la fatal originalidad. Nos golpeamos las canillas, unos a otros sin piedad y nos desautorizamos en una actitud que nada tiene que ver con la dulce y placentera acción de crear y ser un pequeño dios. Creo que siendo muy realista, algunos poetas están confundiendo su verdadera misión y sin apenas percibirlo se convierten en unos meros aduladores de si mismos. Seguiré diciendo aún frente a los más teóricos planteamientos que poesía es sentimiento, un conducto por donde debe aflorar toda nuestra humanidad que en los otros descansa aletargada. Poesía es un temblor esencial en el centro de nuestra segunda memoria. Un clamor de vida que trasciende la rutina y la brusquedad de un lenguaje vulgarizado que sólo ofende y da lástima.
Quizás algunos me tachen de tradicionalista y nada tendría de malo si lo fuera. Pero sólo me inquieta que las nuevas propuestas literarias no se deshumanicen por completo y en su afán por elevar el nivel de la creación al extremo, sólo se consigan garabatos conceptualizados por teóricos decadentes. Asunto grave si pensamos en que hoy tenemos una creciente deserción de lectores que no alcanzan a comprender este meta lenguaje dirigido a pequeños clanes elitistas.
Poesía es creación y como tal no puede transformarse en un mero instrumento de sanidad emocional o rabieta del autor. La misión del creador literario, en especial la del poeta, es cuidar la palabra como un signo vivo y heredado por otros que en su tiempo defendieron su amor eterno por la expresión escrita plena de talento y búsqueda. Hoy se lleva mucho pregonar el talento como signo de superioridad intelectual, olvidando que si hay un hecho cierto es que la poesía existirá, aún no habiendo poetas.
La poesía exige un gran esfuerzo por parte del elegido, pues aunque todo se muestre adverso para su canto, ella lucha por recuperar el sitial que le fue arrebatado y al cual debe retornar. Es por eso y también por un futuro digno para el creador literario que es necesario cuestionarse cuanto de lo que se escribe hoy, merece verse esculpido en las paginas de un libro. Las preguntas son muchas y entre ellas cabe destacar las siguientes: ¿Creamos versos para deleite personal, fama y fortuna? ¿Es la poesía un medio liberador de tensiones para señoras ricas y ociosas? ¿Es válido todo lo escrito sin importar la calidad o el sentido de trascendencia que presente el texto? y finalmente: ¿Hacía donde marchamos los poetas? ¿Hacía la gloria personal o la revalidación de la poesía como esencia de humanidad?
Los poetas somos comunicadores, por lo tanto, nuestra obligación es validar el lenguaje poético haciéndolo poseedor de una característica universal y cercana. Es demasiada la oscuridad que hoy existe, para que nosotros la volvamos aún más oscurecida construyendo poesía con imágenes teóricamente bien construidas, pero carentes de fuerza y corazón. Debemos, en mi opinión, comenzar a bajar del olimpo y despojarnos de la inútil vanidad. Pues al final del camino y de acuerdo a lo que fuimos capaces de entregar en cada segundo de inspiración y parto la vida nos recompensará con un lugar en la historia poética, pero lo más importante, un lugar en el corazón de algún lector desconocido.

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