martes, 31 de mayo de 2011

FIN DE SIGLO

Me visto para el fin del mundo. No sé si toda esta sensación es real o es otro síntoma de ese tedio que afecta los domingos en la tarde. En domingo la gente se deprime porque tiene que prepararse para comenzar otra semana de trabajo rutinario. Se impregnan las calles con un aroma de aburrimiento que me angustia. Mientras la mayoría duerme, yo intento abolir mi propio aburrimiento, y ya no sé si me aburro de burra o de tanto querer no aburrirme me aburro. Me siento en una cómoda y antigua silla de descanso, trato de pensar en algo productivo y se me atraviesan infames deseos que me perturban aún más. Y de pronto me veo reflexionando acerca de todo aquello que no me gusta hacer y que termino siempre haciendo. Por ejemplo, no me gusta leer poesía en recintos pulcros y socialmente bien considerados, prefiero el bar de mala muerte o el clandestino infectado de borrachos filósofos. Me interesa el encuentro a medianoche con algún poeta cualquiera, ebrio y mal encarado. Me divierte soltarle la corbata a las ceremonias protocolares y lanzar una canita al aire. Este domingo de fin de mundo, me grita… ¡AHORA!
A esta hora las contradicciones se visten de niña bonita y enamoran mis sentidos. Un sobresalto de emociones me acercan al peligro real, un vértigo que obstruye mi paciencia. Definitivamente tengo una resaca tonta, como si la fiesta hubiese sido demasiado aburrida y no tan entretenida como me la dibujaron al nacer. Ya no hay dudas, se siente en el aire la paranoia de que el mundo se acaba con el lunes, y va ha acabar muy mal. La banalidad nos deprime, una combinación explosiva se acerca cabalgando desde el fondo de las almas. Estamos tan ecológicos, sin embargo, seguimos fumando, cazando animales sin piedad y cortando árboles nativos sin compasión.
Siento como si los años que llevo vividos fueran el doble de lo que dice mi certificado de nacimiento. Quizá he vivido varios siglos y aún sigo acá soportando el tedio dominguero. Intentando curarme de una enfermedad que no comprendo y que tiene infinita secuencia de síntomas. Me parece que han aumentado estas enfermedades invisibles que matan despacio y que no pueden ni quieren ser tratadas con ningún medicamento. Pero los benditos matasanos insisten en ponerles nombres, neurosis, depresión, anorexia, etc. Que gran negocio para las farmacias que llenan sus arcas con el sufrimiento de los pobres mortales ansiosos y aniquilados emocionalmente.
Mientras alguien se suicida, en algún lugar del mundo, yo me visto para el fin del mundo que se aproxima. Me pongo el traje más obsesivamente tecnológico que encuentro, sin embargo, persiste esta idea extrema de querer sobrevivir en contra sociedad, enarbolando como armas de guerra, un lápiz y un papel.









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